Capítulo 4- Crimen a la moda

CAPÍTULO 4

Cuando desperté, el aroma a café recién hecho inundó mi habitación y me levanté en automático olisqueando esa suave y atrevida fragancia de los granos de café recién molidos. Frescos. Pero mis piernas se detuvieron cuando mi cerebro recordó dónde me encontraba y la persona que estaba del otro lado de mi puerta.
Preferí meterme a la ducha para así aligerar mis emociones y enfrentar al horrible monstruo que asechaba del otro lado de la puerta. Le aplicaría la ley del hielo y saldría de la casa para no verlo hasta bien entrada la noche, una vez que me asegurara de que él estaba en casa y me dejaría entrar.
Me puso uno de mis trajes blancos y salí en dirección a la puerta de la casa. Pero un rápido movimiento de manos de mi jefe me detuvo antes de que yo tocara el pomo.
—Toma las llaves, no quiero que te quedes esperando—murmuró y yo se las arrebaté sin agradecer.
Caminé tranquilamente hacia una parada del autobús para poder tomar un transporte que me llevara a casa de Frank, ya pasaría por una tienda para llevar alguna botana o algo por el estilo porque me sentía obligada a dejar algo en cuanto yo me fuera de ahí para siempre.
La ruta pasó rápidamente y me recogió en aquella parada oxidada. Tuve que quedarme parada en el pasillo sosteniéndome a los barrotes de metal sobre mi cabeza porque nadie fue lo suficientemente decente como para cederme el lugar. Pero no importa, el fin justifica los medios.
El recorrido tardó porque un taxi y un transporte particular chocaron en plena avenida y a todos nos canalizaron a una vía alterna que estaba atascada de todos los vehículos que habían intentado pasar por el mismo lugar que nosotros y corrieron con la misma suerte.
Por fin me aproximé algunas calles y bajé por tanta desesperación. Al girar mi mirada para inspeccionar a las personas que vivían ahí, me di cuenta de que mi atuendo no encajaba, estaba cerca de un parque y la mayoría de las personas vestían con jeans o pants mientras que yo lucía un hermoso traje blanco ¿qué estaba mal conmigo?, ahora que lo recordaba yo había gastado demasiado dinero en un par de botas y no las he utilizado porque mi ropa no es adecuada para ellas. Esta debe ser clasificada como la compra más inútil de la historia.
Llegué hasta su piso y decidí llamar a la puerta. La única cosa mala que podría pasarme sería encontrarlo desnudo o en alguna situación incómoda, sin embargo eso era matemáticamente imposible en este preciso momento.
Cuando volvía tocar la fuerte puerta de madera tallada a mano, una mujer… ¡era la misma mujer morena del curso!, ella, ella estaba ahí…dentro…dentro del departamento de mi futuro novio, esposo y padre de mis hijos. Estaba dentro del departamento de Frank.
—Hola… Daphne ¿cierto? —musitó con una voz casi sensual y agitó una copa con vino que sostenía entre sus afilados dedos.
—Sí, yo…yo vengo a ver a Frank—tartamudeé tratando de asomarme para poder ver algún rastro de Frank.
—Ha salido a trabajar, ¿gustas pasarle algún mensaje?
—No, no…descuida, yo lo llamaré después—me di la media vuelta y me retiré con los restos de mi recién aniquilada dignidad.
Seguí mi camino hasta que me topé con un pequeño restaurant con comida casera. Tal vez atragantarme con grasa y sus derivados no era una justa solución, pero por el momento calmaría mi enojo y alimentaría a mi estómago carente de algún desayuno.
Me introduje para poder ordenar una hamburguesa con una soda de manzana y de postre una gelatina de uva. Sabía que esta no era la combinación perfecta que toda mujer en proceso de hacer una dieta ordenaría, pero era lo que yo necesitaba para retener mis lágrimas y poder contener mi dispersa ira hacia los dos hombres que gobernaban mi vida.
Devoré, literalmente, mi desayuno y pagué la cuenta. Salí airosa del establecimiento y llamé a mi asistente para saber si el jefe se encontraba ahí.
—Oye, ¿el nuevo jefe está en las oficinas? —pregunto de inmediato cuando un “clic” suena del otro lado de la línea.
—Sí, acaba de llegar—murmura y me cuelga enseguida.
Perfecto, disponía de la casa sólo para mí. Por fin podría hacerle honor a esa botella de vodka que había prometido beber, aunque debería comprar otra porque la anterior estaba dentro de la casa ahora reducida a escombros.
Fui caminando hacia una licorería en búsqueda de mi vodka de botella azul. Hasta que por fin la encontré y la compré sin chistar. Justo hoy necesitaba desesperadamente de esta ayuda emocional. Y mejor aún, mi jefe no estaba en casa y así podría hacer y deshacer lo que quisiera en su ausencia.
Tuve que tomar un taxi de emergencia para llegar a tiempo para destapar esta hermosura turquesa que esperaría en una cubeta llena de hielos. El camino fue muy corto y la paga demasiado baja. Tuve que saltar del taxi a la acera porque n la casa de Nathan no había espacio suficiente para estacionar el taxi, así que esa fue mi única opción.
Saqué mi móvil antes de entrar a casa y marqué el número de Nicole para invitarla, si iba a delirar y a comenzar a llorar como acostumbraba, más me valía tener a alguien cercano que me escuchara mientras soltaba sin vergüenza todas mis penas.
—Daph, ahora no tengo tiempo, estoy exponiendo unos resultados…te marco en una hora—susurró y me colgó.
Bueno, por lo menos lo había intentado.
Me introduje a casa haciendo una leve danza de la alegría y caminé directo a mi habitación para poder cambiarme por ropa más cómoda y así disfrutar de la larga noche que me esperaba.
Me di un leve baño y después de volverme a vestir destapé la botella en la cocina y fui directo a la cocina para sacar un vaso para depositar mi bebida helada.
El sabor amargo y seco se deslizó por mi garganta y sacudí la cabeza como reacción  inmediata. Listo, lo hecho hecho estaba y no daría marcha atrás. Seguí bebiendo y bebiendo hasta que la vista se me cansó y comencé a ver todo borroso, las sillas se movían y el sillón que me servía como mi centro de seguridad y control comenzaba a menearse lentamente, hasta que me tiró al suelo logrando que la botella estallara y que el vodka se regara en el impecable suelo del jefe. Debería barrer.
Me levanté como pude y pisé los vidrios, escuché cómo crujían bajo mis sandalias, recogí como pude los vidrios con la mano y los deposité dentro del bote de la basura. Inspeccioné mi mano y no sentí absolutamente nada. Quizá por la bebida o tal vez porque realmente no había sufrido accidente alguno.
Cuando traté de regresar al sillón di varios traspiés y caí infinidad de veces, probablemente iba siendo la hora de ir a la cama y tampoco deseaba ver a mi jefe dándome el sermón ese que se cuelgan los de Alcohólicos Anónimos. Yo ni siquiera soy una bebedora compulsiva, tal vez lo haga una vez cada cinco años, pero por Frank lo merecía.
Traté de bajar los primeros escalones de las escaleras pero no pude, resbalaba cada vez que mi pie trataba de coordinar con el resto de mi cuerpo. Cuando por fin iba a mitad de la escalera reí sicóticamente y traté de bajar el siguiente escalón. No pude. Caí y pensé que rodaría por las escaleras, pero los fuertes y protectores brazos de mi jefe me detuvieron.
—Si vas a tratar de suicidarte te recomiendo lanzarte del techo, eso nunca falla—murmuró mientras me dejaba parada en el suelo.
—Quiero morir, si Frank no me ama no merezco la vida—berreo mientras me recargo en él para iniciar con mi llanto.
—Un momento, estás ebria—se acerca a mi boca e inhala el posiblemente fuerte aroma a alcohol, aunque el vodka no debería notarse tanto, pero lo hace, él sorpresivamente lo nota.
— ¿Quieres? —muestro mis manos sin ninguna botella, pero por alguna extraña razón lo encuentro gracioso y río.
—Maldita sea, te has cortado las manos, mírate. Te estás cayendo, hueles a alcohol y te has lastimado ¡Maldito Frank! —grita impotente y me levanta sobre su hombro.
— ¡Si, maldito Frank! —grito levantando las manos al aire mientras él me lleva cargando.
—Deja de ofender a las personas mientras estás ebria, deberías decírselo a la cara en lugar de animarme a que vaya a rompérsela.
—Ve, corre y mata a Frank, así podré morir tranquila sabiendo que aquella morena sexy no está revolcándose con él ahora mismo—comencé a alegar mientras él me sentaba en la tina de la bañera para poder inspeccionar mi mano.
—Alcohol, necesito alcohol—canturreaba mientras abría un diminuto botiquín.
—En el suelo de tu sala hay mucho de dónde lamer—solté una carcajada y el rió conmigo.
—Era de suponer pero tú no te preocupes, ya lo limpio yo—abrió la botella lentamente y la virtió sobre mi mano sin delicadeza haciendo que unas cosquillas recorrieran mis dedos y soltara un par de risas—. Agradece que estás borracha o esto de verdad dolería—sacó unas cosas rosadas del botiquín mientras yo comenzaba a cabecear de tanto sueño.
Nathan conversó conmigo hasta la madrugada para evitar que me durmiera. Jamás alguien había tenido esas atenciones conmigo. Ni siquiera Nicole. Pero ambos caímos rendidos dentro del baño cuando la conversación había llegado hasta el por qué me había mudado a Manhattan y abandonado a mis padres. No quería responder y el debió darse cuenta porque se despidió de inmediato y se quedó recargado sobre la tina “por si yo vomitaba”.
Desperté acurrucada dentro de la tina con una mantita encima. Traté de moverme para ponerme de pie pero un par de llaves cayeron y tuve que ver hacia abajo para recogerlas. Cuando moví mi mano a un costado sentí una camisa, retiré la sábana y mi jefe se sobresaltó mientras yo gritaba.
— ¡Estás bien! —gritó y el eco del baño hizo que me retorciera mientras cubría mis oídos.
— ¿Podrías bajar la voz un poco?
—No, te lo mereces por lo de anoche—silbó y yo volví a retorcerme—. Hoy hay curso.
Salió rápidamente para darse un baño en su propia habitación y me dejó ahí acostada. Sería un día demasiado largo para mí.
Tuve que salir muy a mi pesar para poder arreglarme para el curso, aunque probablemente me pondría un traje con pantalón y unos zapatos bajos para que no me incomodara el caminar, también llevaría algún analgésico y haría falta mucha, pero demasiada agua. Rellené una botella con agua y la introduje en mi bolso.
Llegaría tarde para poder alejarme de la morena que le coqueteaba a Nathan y que curiosamente estuvo dentro del departamento de Frank, no tenía ganas de verla y no lo haría. Pasaría inadvertida ante mí.
Caminé directo al salón sin detenerme a revisar que todas mis cosas estuvieran en orden o que yo estuviera en orden. Necesitaría hacer acopio de todas mis fuerzas para soportar un solo día de tortura y encarcelamiento en el aula. Bebí un analgésico antes de introducirme al salón para que así el ruido no me aturdiera como esta mañana.
Cuando abrí la puerta el ruido me inundó porque todos se encontraban hablando de la clase pasada y de las posibilidades de aprender algo mejor hoy, que patéticos.
—Miller, te he apartado este lugar—gritó la morena dando unas palmaditas al asiento de al lado y tuve que dirigirme hacia ella para no parecer una maleducada—. Dime, ¿en dónde trabajas o cómo es que conoces a Frank? —preguntó de inmediato y observó detenidamente mis expresiones.
—Pues escribo para una revista de asesoría fiscal, él es mi fotógrafo ¿tu cómo lo conociste?
—El fotografió una pasarela conmigo, trabajo en una revista de moda—saludó y de inmediato levantó su bolso de diseñador para que yo lo observara con detenimiento—. Soy Curtney O’Hira.
Ay no, estuve leyendo la revista de moda de la que ella era una periodista. No podía ser, con razón Frank prefería salir con una mujer atlética que sabe de moda a que salir con una abogada que no sabe mas que de leyes y de trajes. Ahora que la situación estaba así de extraña me podía declarar amplia y públicamente como una idiota, una idiota por no verlo venir cuando todas las señales apuntaban a que él ya estaba saliendo con alguien y debí imaginarme que sería con alguien así.
— ¿Estás saliendo con Frank?
—No lo sé, nos vemos de vez en cuando pero no hay nada serio entre nosotros…¿tú también saliste con él?
—No…no…yo no, él es sólo un amigo y ya.
Nathan entró al aula para darnos la clase aburrida del día. Curtney se notaba tan entusiasmada con todas las cosas que decía el profesor que ya no sabía si iba por ver a Nathan o por realmente tomar el curso. Pero no preguntaría, por algo dicen que la curiosidad mató al gato.
Él seguía impartiendo la clase mientras yo apuntaba algunas cosas interesantes en mi libreta, tuve que ver de reojo los apuntes de Curtney y ella ya llevaba casi un cuarto de la libretita llena de anotaciones mientras que yo escasamente había rellenado cinco hojas, de las cuales dos eran de muchos dibujitos hechos durante la clase, en mis momentos de aburrimiento.
Seguí tratando de poner atención pero todo comenzó a dar vueltas nuevamente, no ahora, no ahora. Me levanté y salí del salón para poder bajar hasta lo aseos y darme un respiro, tanta tensión y la resaca ya me estaban afectando. Llegué y de inmediato me lavé el rostro, saqué mi botella de agua y volvía beber otro analgésico, probablemente terminaría retirándome durante el descanso. No fue buena idea comprar aquella botella desperdiciada que terminó rota y derramando el licor sobre el suelo de la casa de Nathan.
Sacudí la cabeza y palmeé mis mejillas para reaccionar y despertarme, no quería dormir nuevamente en el salón.
Caminé de regreso al aula y tropecé con Curtney, no tenía ganas de estar con ella hoy pero a parecer al amo y señor de mi destino le gustaba llevarme la contraria.
—Justo ahora iba a salir a comprar algo ¿vienes? —ofreció amablemente.
—No gracias, yo o tengo apetito por el momento—rechacé y subí en el elevador antes de que se fuera. Los pisos pasaron uno tras otro mientras yo era la única ahí arriba. Necesitaba mi propio momento a solas.
Entré al salón y mi jefe estaba acomodando unas hojas sobre el escritorio mientras leía detenidamente una que tenía enfrente, pues ni siquiera había notado que yo estaba ahí revisando mis anotaciones. No tenía ganas de comer ni de hacer absolutamente nada, porque me dolía la cabeza y me ardían los ojos como si me hubiera quedado despierta toda la noche, aunque había sido así pero no precisamente toda la noche, también había dormido un par de horas.
—Puedes retirarte si quieres, te avisaré en la casa todo lo que les he encargado de trabajo—murmuró sin levantar la vista de su entretenido documento.
—Gracias—me levanté y cuando giré hacia la puerta vi a Curtney mirándonos boquiabierta. Había escuchado, se que ella había escuchado nuestra breve conversación.
Ella no mencionó algo y pasó rápidamente por sus cosas sin observar a ninguno de los dos, esperé a que se fuera y yo salí detrás de ella. Quería preguntarle sobre lo que escuchó, pero me abstuve, no quería que ella pensara que yo vivía con él. Era mi secreto y no pensaba ser descubierta justo ahora.
Seguí caminando sin detenerme, salvo cuando los semáforos se ponían en verde y me impedían continuar cruzando las calles, pero de ahí en fuera mi paso era acelerado, como si tratara de escapar de algo. Y continué andando hasta que llegué a la casa y abrí la puerta para entrar a relajarme.
Necesitaba hacer un par de llamadas a mis contactos de otras revistas para evitar que la tonta de Curtney les contara algo acerca de que el magnate empresario dueño de una editorial de revista estaba compartiendo su casa con una mujerzuela, en este caso yo era la mujerzuela. Podía ver los encabezados de las revistas semanales de chismes, de las críticas en la sección de sociales en el periódico. Su vida estaría arruinada gracias a mí.
Cuando mis dos amigas respondieron yo tuve que colgarles. Que mal plan el mío preguntar acera de la noticia ¿y si ella no había dicho algo?, posiblemente ella guardó el secreto para su conveniencia y lo usaría en una especia de chantaje más tarde. Estúpida de mí.
Me quedé acostada sobre mi colchón hasta que alguien tocó la puerta, me levanté para abrir y lo que observé fue la cara de la morena frente a mí.
—Es cierto, tú vives con él—gritó victoriosa y sonriente.
—No le cuentes a nadie, por favor Curtney no lo hagas—rogué como último recurso.
Ella me observó de arriba a abajo hasta que le permití la entrada a la casa.
—Me pareció curioso lo que escuché y quería venir a corroborarlo, eres increíble Miller. De empleada a amante, ahora me estás haciendo dudar sobre tu verdadero trabajo—murmuró airosa.
—Largo de mi casa.
—No tan rápido, esta es casa del profesor y tuya, así que si él no autoriza mi salida no me iré y punto— ¿a dónde quería legar con todo esto?
—Él no vendrá hasta la noche, así que te puedes ir y regresar mañana si es lo que buscas—la llevé a base de empujones y uno que otro tirón de cabellos hacia la puerta de la salida—. ¡Largo! —grité y le aventé su costoso bolso de marca en las piernas. Ojalá se le hiciera un moretón a ver si así dejaba de usar sus vestiditos de exhibicionista.
Comencé a hacer la limpieza de mi cuarto y de la sala, debía hacer algo en esta casa antes de que me volviera loca ocupando todo mi tiempo para leer revistas de moda y también para tratar de ocuparme en algo que no fuera ahorcar a Curtney. Lo había logrado después de todo, bastó con un poco de talco para zapatos para poder quitar toda la suciedad pegajosa que había dejado el vodka la noche anterior.
Me acosté en el sillón de la sala y encendí el televisor con la intención de ver algún programa bueno de música para poder distraerme y practicar mi canto. No era una profesional, era más como una de esas chicas que canta fatal y rompe los espejos, pero cantando con mucho, mucho sentimiento y devoción. Estuve pasando canal tras canal hasta que vi la espalda con alas de una chica. Victoria Secret.
Dejé ahí el canal para poder observar la pasarela y los modelos de lencería que proponían. ¿Paletas?, había un brasier que en lugar de copas normales traía un par de paletas redondas, de esas paletas de espiral típicas en los niños, ¿qué clase de moda era esa?, no veo cómo un par de paletas pueda ser algo sexy, atrevido o tan siquiera estético. En mi vida compraría algo así, vaya, ni siquiera lo aceptaría regalado.
Permanecía atenta a cada modelo que pasaba y un poco más al cantante en vivo, no soy fanática de ningún grupo o cantante, pero el hombre que estaba en el desfile lucía realmente fantástico en sus pantalones y camiseta. No tenía idea del nombre del cantante, pero ya me tenía a sus pies, probablemente le preguntaría a Nathan el nombre del cantante…no, ley del hielo a Nathan.
Prefería bajar a mi habitación para recoger mi dinero y algunas tarjetas para el día de compras. Nicole no estaba disponible, así que más me valía emprender mi camino un poco temprano para poder comprar rápidamente y así evitar otra pelea.
Caminé hacia la parada de los taxis con la ropa más “normal” que poseía: un pantalón de mezclilla y una camisa rosa claro con las botas negras que había peleado en la barata de aquel día con la señora zorrillo. Me sentía bien con mi nueva imagen y según las revistas de moda no era algo extravagante pero era las botas altas la hacían algo “trendy”.
Cundo por fin un taxi me levantó me dirigí a un centro comercial no tan famoso pero algo conocido por la exclusividad en ciertas marcas francesas e italianas. Necesitaba desgastar un poco las suelas de estas hermosas botas y lo haría como cualquier otra chica normal, comprando. Nos dirigimos a toda velocidad al centro comercial y cuando llegamos tuve que pagar con todo mi cambio. No quería entrar ahí con mi cartera rebosante de centavos mientras que las demás mujeres presumían y batían al viento sus tarjetas de crédito, como si fuera una guerra medieval que se discutía con espadas y escudos.
Me introduje a una camisería y compré tres diferentes: una campirana, una rosa lisa y una estilo victoriano, ya me serviría para algo. Salí con mi bola y me metí de inmediato a otro local con vestidos llenos de pedrería Swarovski, algo bueno se me estaba pegando después de tantos vestidos de moda.
— ¿Qué precio tiene el vestido de bailarina en rosa pálido? —pregunté al ver que la tienda estaba en rebajas.
—Son mil ochocientos dólares señorita—murmuró la mujer que atendía sosteniendo el diminuto escáner en sus manos.
Lo tomé y lo llevé al mostrador para poder pagarlo. Merecía tener algo bonito en mi armario, en la misma tienda compré los zapatos, y clutch a juego con el vestido.
Después entré a comprar un par de jeans y más zapatillas para ocasiones diferentes alas laborales. Estaba harta de ver todas esas cosas hermosas en las revistas de moda que comenzaba a ver patético y aburrido todo lo que encontraba dentro de mi guardarropa. No me había obsesionado con la moda, para nada, lo que pasa es que después de ver a mujeres delgadas luciendo vestidos hermosos me sentía culpable por no tener tiempo para ejercitarme y usar siempre traje tras traje porque según mis vagas ideas de moda “la ocasión lo ameritaba”.
Salí del lugar cargando muchas bolsas en ambas manos y esperé en una esquina a que pasara algún taxi vacío para ir de regreso a casa, porque si tomaba el transporte público seguramente ocuparía una cuarta parte del interior para poner todas mis bolsas. Un taxi pasó y se detuvo frente a mí, esta era mi oportunidad para poder abordarlo antes que las otras personas se subieran.
— ¿Está disponible?
—Claro, suba—el amable señor se bajó del vehículo para abrirme la cajuela y ayudarme a introducir mis cosas ahí atrás, otras cuantas tuvieron que irse conmigo en los asientos de atrás.
Cuando estuve frente a la casa vi todas las luces encendidas, inclusive la de mi habitación, ¿qué estaba haciendo Nathan ahora?
Abrí la puerta rápidamente e introduje las bolsas directo a mi habitación para evitar que él me preguntara algo acerca de toda mi nueva mercancía, ya mañana me vería con alguno de mis tantos vestidos y entonces le brindaría una explicación corta y buena para todo este nuevo cambio. Salí de mi habitación para por fin prepararme algo en la cocina y escuché demasiado ruido proveniente de la habitación del jefe.
Atraída por la curiosidad toqué un par de veces y entonces él me abrió la puerta, estaba envuelto en una toalla con algunas gotas de agua resbalando por sus mejillas.
— ¿Qué demonios quieres? —contestó irritado.
—Yo…quiero pedirte permiso para utilizar la cocina—musité a modo de pretexto y él me cerró la puerta con cara de fastidio.
Subí las escaleras y entré a la cocina para hacerme una sincronizada o tal vez una ensalada de rutas, necesitaba algo para devorar justo ahora y si no me lo daban seguramente moriría de hambre o llena de ira. Terminé calentando una pieza de pollo congelado que había dentro de la nevera y la acompañé con un pan que estaba sobre la mesa del comedor.
Me quedé pensando sobre todo lo que me unía a Frank y cómo una sola cosa logró separarnos por completo. Odiaba admitir que alguien me caía mal o que alguien me odiara, pero debía ser honesta conmigo y admitir esta vez que sólo había una persona a la que realmente odiaba, y no era a mi jefe, era a Curtney.
Esa chica que se creí perfecta con su perfecto outfit, su perfecto cutis, su perfecta cabellera y su perfecto trabajo. Si me comparaba con ella yo estaba totalmente perdida en todo en cuanto a la moda se refería, o tan siquiera a la feminidad. No era una mujer en su totalidad, era una especie de ser infrahumano que te hace adorar la moda. Sí, te hace adepta a esta segunda religión de cualquier mujer que leyera alguno de sus artículos ¡eran magníficos!
¿Qué no te gustan los vestidos con escote palabra de honor? A ella no le importa, pues en cuanto leas uno de sus artículos sobre el maldito escote los terminarás amando y cuando menos te des cuanta más de la mitad de tu guardarropas se llenará de ellos ¿acaso eso no era una cosa del diablo?
Seguí mordisqueando la carne hasta que me harté del sabor y o tiré al bote de la basura, después de todo no era hambre lo que tenía, sino ganas de hablar con alguien sobre mis problemas y Nicole no se encontraba conmigo como para poder hacerlo con confianza. Tal vez terminaría escribiendo mis pensamientos en la tableta para así deshacerme de mis pensamientos negativos.
— ¡Daphne! —me gritó Nathan y bajé sin la mínima intención de hablarle. Había quedado en que le aplicaría la ley del hielo y así sería. No hablaría con él ni aunque me lo suplicara.
Cuando bajé él se quedó observándome… ¡cierto!, me había vestido bien para ir de compras y se me había olvidado cambiar mi atuendo, que torpe soy.
—Al parecer solo bastó con un vestido para hacerte salir del traje—comentó pero yo no le respondí—. Necesito que te vuelvas a poner el vestido que te di y que subas a la sala de inmediato.
Asentí con la cabeza y fui a mi habitación para poder vestirme nuevamente con aquel elegante vestido y lo acompañaría con los zapatos Jimmy Choo plateados que había comprado hoy a juego con mi joyería de plata. Tal vez me diría que saliéramos a algún lugar porque ya no soportaba la idea de que dejara de hablarle o que ya no me importaba tanto como en un principio.
Salí de la habitación y di una pequeña vuelta para verificar que lucía perfecta y así poder subir a verlo a la sala, aunque ahora que lo pienso no creo que me quiera para salir, puesto que me ha citado en la sala, en fin ya me había cambiado así que ya no había nada qué perder. Una vez arriba una luz cegadora me iluminó y casi hace que caiga de las escaleras.
—Ven, necesito que te pres aquí—señaló una especie de biombo blanco y me situó frente a éste—ahora observa al jarrón de la cómoda y ponte seria.
Seguí cada una de sus instrucciones hasta que caí en la cuenta de que le estaba haciendo un favor y ni siquiera me había dicho para qué demonios era todo este montaje en la sala.
—Es para un concurso de fotografía…ahora has esa expresión de hace un momento—indicó y yo fruncí el ceño y volteé a verlo. ¿Un concurso de fotografía?, y para qué diablos quería que yo entrara en ese concurso.
Ahí habían muchas cosas para fotografiar como para que decidiera hacerlo conmigo, debió pedírselo a una experta en estas cosas como Curtney o apuesto que incluso la hermana de Frank era más apta para esto de las cámaras que yo. ¿Por qué diantres debía ser yo?, hice una mueca y me pasé la mano por el cabello, entonces Nathan tomó otra fotografía y yo lancé mi bolso contra el jarrón haciendo que éste se cayera al suelo y se rompiera en enormes trozos blancos.
—Con un demonio Miller, quédate quieta y habla conmigo para relajarte, estás muy tensa… oye ¿tienes trajes de baño?, si no tú no te preocupes, ya te daré alguno del closet
—Cállate Nathan, no debería estar ayudando con esto, pero te estoy haciendo un enorme favor, ¿quieres que me desnude?, lo haré mira, mira este cierre—tomé la cremallera y la bajé dejando al descubierto mi ropa interior recién comprada, estaba harta de todo lo que me había pasado en estas dos semanas y el venía tan campante y me pedía que usara trajes de baño y en este caso ¿cuál era la diferencia de la ropa interior al traje de baño?, incluso mi conjunto era más cómodo que cualquier otra prenda que él pudiera ofrecerme.
Me senté en el sillón y comencé a llorar. Que patética me veía yo ahí tirada llorando en ropa interior frente a mi jefe ¿había alguna situación más mala que esta?, yo lo dudo.
Y cuando más confiada estaba en que esto no iba a empeorar, entonces veo un flash y me levanto hecha una furia, ¿cómo se le ocurría fotografiarme llorando en ropa interior?
— ¿Cómo rayos le haces para actuar así? —grité—. No respetas mi privacidad Nathan, mírate, le estás tomando fotografías a una tipa desgraciada en lencería.
— ¿Acaso prefieres que te abrace y te diga “pobrecita mujer, está sufriendo”? —dijo fingiendo compasión—. Despierta Miller, en este mundo muchas personas sufren por cosas más importantes que un hombre y nadie se compadece por ellos mientras que tú esperas a que el mundo se detenga sólo porque la persona a la que amas tiene una amante y esa no eres tú. Eso es ridículo.
Me quedé pasmada observándolo mientras se retiraba escaleras abajo, no tenía ni la menor idea de que alguien tan joven tuviera esa clase de pensamientos tan sabios y maduros. Algo debió suceder como para que él se pusiera en ese plan de hombre de negocios experto en moda femenina, algo de su pasado antes de que fuera Nathan Fara, el exitoso director de la revista “The way”.

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