Capítulo 12 "La elección"- Amor por accidente

LA ELECCIÓN

Me encaminé hacia los taxis que estaban estacionados en las filas de afuera del aeropuerto.
— ¿Me puede llevar a un hotel aquí cerca? —le pregunté a uno de los conductores.
—Sí, sube—contestó.
Me introduje en el transporte para evitar tardarme más de lo debido.
Me asomaba por la ventana admirando la belleza del paisaje, aunque habían bastantes edificios y el agua inundaba, obviamente, a Venecia, la vista era de admirarse. En París no había algo semejante.
—Señorita, me temo que hasta aquí puedo traerla, el agua no me dejará pasar más allá, puede pedirle a algún remero que la transporte al hotel en su góndola—Sugirió amablemente el chofer.
—Muchas gracias—pagué la cantidad indicada y esperé en un estrecho puente a que pasara alguno de los tales “remeros” que pudiera llevarme.
Seguía esperando después de media hora, ya que todas las góndolas estaban ocupadas.
Probablemente el tiempo no me hubiera preocupado de no ser porque Ferdinand regresaría en una semana, y yo necesitaba ese tiempo para arreglar las cosas y decirle lo que he venido a decirle.
—Señorita ¿necesita transporte? —preguntó un remero interrumpiendo mis pensamientos.
—Ehm…sí, voy a un hotel aquí cerca, en la orilla cruzando dos puentes—respondí.
—Bien, si quiere suba y yo la llevo.
Subí y el remero me transportó lentamente para que admirara la vista de todo ese lugar, simplemente hermoso.
Los edificios erigiéndose ente este paisaje que pareciera artificial, al mismo tiempo combinado con la naturaleza, con la tranquilidad transmitida por el agua.
— ¡Auch! —escuché gritar al remero mientras se detenía de golpe y la góndola se desestabilizaba, provocando que casi cayéramos al agua.
— ¿Qué sucede? —interrogué.
—Lanzaron esto—mostró una bolita de papel.
Le quité el papel de la mano y lo desenvolví para ver su contenido, pues se notaba rayado por dentro.
“Bienvenida a Venecia, te veré en el hotel Bauer en media hora”
— ¿Es para usted? —pregunté al remero.
—No lo creo, no espero a nadie—sonrió.
—Bueno—susurré— ¿Sabe?, mejor lléveme a esta dirección—señalé el papel.
—Como ordene—la góndola dio un movimiento brusco cambiando de dirección.
Navegamos por unos quince minutos más hasta llegar a la orilla.
—Llegamos, espero que haya disfrutado del recorrido y que su estancia aquí sea amena—musitó el remero.
—Muchas gracias—le di el dinero y me bajé de mi tan caótico transporte.
Caminé unas cuatro cuadras pidiendo indicaciones a las personas que se cruzaban en mi camino.
— ¿Disculpe, sabe dónde está el hotel Bauer? —pregunté a una señora que llevaba jarrones y otras piezas hechas a mano.
—Camina dos calles, a mano derecha otras dos, doble a la izquierda y ahí está el hotel.
—Gracias—musité.
Caminé dos calles tal y como la señora indicó, giré a la izquierda, y al caminar una calle más me vi en una especie de estrecho callejón.
Ese definitivamente no era el lugar, creo que no había seguido las indicaciones bien y ahora estaba perdida.
Ni siquiera sé por qué me dirigía a ese hotel, ni quién lanzó aquella nota. Pero mi curiosidad me estaba matando.
Caminé tratando de salir del callejón, pero una mano me atrajo a una persona.
—Suéltame—ordené tirando de mi mano.
—Eres muy hermosa para estar sola por aquí—susurró alguien a mi oído.
—No…no estoy…sola—tartamudeé entrando en pánico.
— ¿Qué te parece si nos deshacemos de tu acompañante y vienes conmigo?—dijo mientras me tomaba por la cintura acercándome a su cuerpo.
—No, no tengo ganas y se me hace tarde, me esperan—rechacé con educación.
—Veo que tú no eres de aquí princesa, ¿de dónde vienes? —interrogó.
Podía sentir sus labios cerca de mi mejilla mientras me acercaba cada vez más a él.
—De Francia, por favor suélteme debo irme.
—Tú no irás a ninguna parte—susurró nuevamente y posó una de sus manos en mi pierna, subiendo cada vez más.
— ¡No! —vociferé.
—Tranquila, esto será rápido—mordió mi lóbulo y comenzó a besar mi mejilla buscando la llegada a mis labios.
—No, por favor—imploré llorando.
—Cálmese, se que le gustará
— No, por favor, no—supliqué sin aire.
Metió una de sus manos en mi abrigo despojándome de él. Pasó después por mi blusa, desabrochando cada botón mientras luchaba contra mí para impedirlo.
—Estese quieta—ordenó abofeteándome.
— ¡Largo de aquí! —gritó una persona iluminando el callejón.
—No estamos haciendo nada malo, ¿verdad mi amor? —musitó a la persona que estaba en la salida del callejón mientras tomaba mis mejillas en sus manos.
—He dicho que la suelte—la persona me jaló hacia él poniéndome a sus espaldas.
—No sabe con quién se mete—amenazó aquel tipo.
Tomé lo primero que vi y se lo lancé a mi agresor. Por lo visto fue una botella, pues crujió un cristal y se apagó por completo la voz de aquel tipo.
—Gracias—musité a mi salvador abrazándolo por la espalda.
—No es nada, ¿se encuentra bien?
—Sí—gemí llorando por completo.
—No llores preciosa, sabes que odio verte así.
— ¡¿Ferdinand?! —grité obviamente sorprendida, pero al mismo tiempo aliviada de que fuera él quien estuviera ahí para mí.
— ¿Es que tengo que encontrarte a cualquier parte que voy? —se quejó, haciendo la misma pregunta que yo iba a hacerle.
—Esta vez es diferente—dije nuevamente entre sollozos. Aquel tipo me hacía sentir sucia, de sólo recordar sus palabras me estremecí en los brazos de Ferdinand.
—Vámonos, te llevaré al hotel—me ayudó a levantarme del suelo, y me abrazó por los hombros.
Caminamos en silencio por las calles de Venecia apresurándonos en toda la oscuridad.
—Estás muy callada—murmuró Ferdinand mientras bajaba su brazo para tomarme de la mano.
Con ese simple gesto mi corazón se aceleró desenfrenadamente. Y el palpitar hacía eco en mis oídos. Una sensación maravillosa.
—No, no tengo ganas de conversar—respondí aferrándome a su mano.
—Debí llegar antes, perdóname—respondió.
—No es tu culpa, yo debí seguir las indicaciones de la señora—sonreí para que no se sintiera culpable, porque no lo era.
—Bien, ahora dime ¿Qué haces aquí?
—Qué curioso, yo también te iba a hacer la misma pregunta, te fuiste sin avisar—agaché la mirada.
—Bueno, yo pregunté primero—musitó entre pequeñas risas, no había cambiado nada. Seguía siendo el Ferdinand infantil que conocí en París.
—Vine a buscarte—confesé sonrojándome.
—Wow, que sorpresa, reí que no querías verme.
— ¿Por qué dices eso?
—Fuiste tú la que me dejó para irse a Alemania a estudiar—confesó pasando su mano entre su cabello.
—No, no te dejé por eso, es más ni siquiera te dejé, fue mi padre quien me obligó a irme.
—Supongo que después dejó que vinieras.
Demonios, lo había olvidado por completo, ya llevaba casi dos días lejos de casa y sin avisarles, algo muy desagradable me esperaría a mi regreso.
—Así como que dejarme, dejarme…no—reí.
— ¡¿Qué?! ¡¿Ellos no lo saben?! —preguntó parándose a media caminata.
—No, vine sin permiso, no sé que es lo que te sorprende—me encogí de hombros para restarle importancia.
—Estas aquí, solo conmigo y sin el permiso de tus padres.
—Ferdinand ya pasó un año, ya tengo veinte, creo que puedo cuidarme sola—rodé los ojos.
—Veo que aun tienes ese tic—imitó el movimiento de mis ojos.
—Sí, pero ahora dime tú por qué estás aquí.
—Trabajo—confesó.
— ¿Qué tipo de trabajo? —insistí.
—Me contrataron para un photoshot de una revista, pero una agencia de modelaje me vio en la revista y me canalizó a la pasarela de la semana de la moda en Milán para Armani y al ver que no regresabas decidí continuar con mi vida—confesó un poco entristecido.
—Bueno, suena convincente, te creeré por hoy—respondí continuando el camino rumbo al hotel.
Al llegar Ferdinand me abrió la puerta y agradecí, esta vez honestamente, su gesto.
—Habitación veinte—musitó Ferdinand en la recepción para que le entregaran las llaves.
Subimos en el elevador aún tomados de la mano y sonriéndonos cada vez que nuestras miradas se encontraban.
—Llegamos—musitó abriendo la puerta de la habitación.
Toda la habitación estaba desordenada. La ropa botada sobre la cama y la cocina con trastes un poco sucios.
—Creo que el ama de llaves reportará esto—reí.
—Ya qué, ahora se mantendrá ocupada—se encogió de hombros.
— ¿Cómo puedes decir eso?, yo limpiaré, no hagas sufrir al personal del hotel, ellos no tienen la culpa—me arremangué la blusa y corrí al cuarto de escobas que había en su habitación.
—No viniste aquí a ser la criada de nadie, ya se encargará el servicio de limpieza, es un hotel de cinco estrellas, deberías saberlo.
—Pero es muy maleducado—reproché haciendo pucheros.
—Ya—me tomó por la cintura acercándome a él—no te molestes, prometo no volver a hacerlo.
Besó mi frente de una manera tierna que me deshice en sus brazos.
—Ahora dime que es lo tan importante que debías decirme—susurró en mi oído.
—Te lo diré más tarde—respondí balanceándome de un lado a otro.
Nos recostamos en la cama los dos juntos, nadie dijo nada, pues la situación aún era un poco incómoda.
—Creo que dormiré en el sillón—musitó sentándose en la orilla de la cama.
—No, duerme conmigo ¿sí?
—No creo que sea pertinente.
—Ven—di unas palmaditas en la almohada de al lado.
Se fue acercando poco a poco hasta estar a mi lado. Sólo quería sentir que estaba a mi lado, sentirme segura con alguien.
—No muerdo, acuéstate—sonreí y él lo hizo.
—Bueno, descansa que mañana debemos comer e ir por tu boleto de regreso.
— ¿De regreso? ¿No quieres que me quede? —musité haciendo pucheros.
—Sí, pero tengo otros planes, así que tendrás que regresar y ya nos veremos en Francia—susurró abrazándome y poniéndome a su lado, aspirando una y otra vez el aroma de mi cabello.
—Ya qué—me quejé—hasta mañana.
—Hasta mañana.
Dormimos plácidamente uno al lado del otro, pero el estúpido despertador tuvo que sonar y separarnos.
—Después me tendré que deshacer de él, no dejaré que el despertador nos separe—bromeó Ferdinand.
—Está bien—volteé y él me plantó un casto beso. Un buen inicio de día.
—Levántate, tenemos que bajar al restaurant a desayunar.
Me recogí el cabello para levantar un poco la habitación mientras Ferdinand se duchaba.
—El agua sigue caliente, date un baño y bajemos—ordenó y lo obedecí.
Disfruté como nunca de la ducha, como si fuese la última que recibiría en toda mi vida.
Bajamos al restaurant y todo estaba impecable, aunque no esperaba menos de un hotel cinco estrellas, nos asignaron una mesa en una esquina.
En medio de la mesa estaba una cesta con baguetes para acompañar la comida, una botella de agua y una cestita con salsas para condimentar, sazonar, etc. la comida.
—Siéntate, enseguida traerán la comida—me invitó.
—Pero no he ordenado—recriminé.
—No te preocupes, pedí todo desde la habitación—respondió con la voz un tanto temblorosa.
— ¿Te encuentras bien? —pregunté viendo su estado, estaba sudando, seguramente tenía fiebre o algo parecido.
—Sí, primero, antes que nada, ¿Quieres ser mi novia? —Preguntó de la nada y yo reí—hablo en serio Serene.
—Sí, sí y mil veces sí, eres el amor de mi vida Ferdinand—musité con una enorme sonrisa.
Eso era a lo que venía, a confesarle mi amor y él se adelantó a la noticia.
—Gracias mi amor, ahora sí eres MI AMOR—remarcó cada palabra, logrando que las lágrimas invadieran mis ojos.
Comimos tranquilamente hasta que llegó el postre en un capelo de cristal negro. Lo abrieron poco a poco frente a nosotros y lo primero que vi fue un destello en la parte de arriba de una fresa.
Cada vez se hacía más y más lento el proceso y yo moría de ganas por ver todo el pastel, que por cierto lucía espectacular.
Por fin lo descubrieron y vi lo que estaba sobre la fresa emitiendo aquel brillo.
Era un anillo plateado con diamantes incrustados por todo el aro y con un zafiro mediano justo en medio.
— ¿Qué hace eso aquí? —pregunté a Ferdinand.
—No lo sé, averígualo—sonrió mientras observaba aquel anillo.
No podía ser lo que estaba pensando, apenas y somos novios, de hecho hace dos horas que somos novios.
— ¿Qué es esto? —dije por fin con el anillo en mi mano.
—Serene Boucher—se hincó llamando la atención de todos hacia nuestro pequeño e íntimo rincón—te amo, sé que es muy pronto pero desde que te vi en aquella banqueta…—volteó a ver al resto de los comensales y se puso horriblemente rojo—…bueno, tú sabes qué sucedió ese día—solté una carcajada de nervios.
Tenía la mala costumbre de reírme cada vez que estaba nerviosa, y esa era una de esas situaciones.
—Sólo quiero pedirte que seas mi esposa, que compartas el resto de tu vida conmigo—culminó, mientras me secaba unas lágrimas de los ojos—no quiero que me des respuesta, piensa bien esto, no quiero presionarte.
Me colocó el anillo en mi dedo y besó mis nudillos, para después besar el anillo que estaba en mi dedo.
El restaurant estalló en gritos y vítores después de nuestro espectáculo.
—Ferdinand yo…—colocó un dedo sobre mi boca para callarme.
—No digas nada, por favor, esperaré hasta que puedas darme una respuesta después de meditarlo.
¿Pero acaso no era obvio?, diría que sí, a cualquier cosa que me dijera porque yo sentía lo mismo, pero no quería presionarme, lo dijo claramente y respetaría su decisión.
—Muy bien, te diré cuando regreses a Francia—culminé.

Comimos el postre aún con la mirada de todos sobre nosotros y salimos del hotel rumbo al aeropuerto a comprar mi boleto de regreso a Francia.

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Estuve esperando con Ferdinand mi vuelo, hasta que por fin lo anunciaron.
Subí tras una larga despedida, no podía dejarlo ahí y regresar sola a casa, además de que me fui sin avisar y soltera, y regresaré a casa comprometida. Al pesarlo sentí que el corazón se me detenía.
—Amor, no quiero que te vayas—susurró.
—Ni yo quiero irme, ¿qué te parece si tomo unas vacaciones contigo? —pregunté con la esperanza de un sí.
—No, debes ir a tu casa o tus padres me matarán, si de por sí tu padre me odia y debo pedir tu mano, no quiero imaginar lo que hará cuando me vea llegar contigo, así que no, debes irte—culminó con los ojos tristes.
—Está bien—me di a vuelta y él tiró de mí para darme un último beso.
—Para que no me olvides—musitó mientras se metía hasta el avión conmigo, me dejó en mi asiento y enseguida salió.
Pasó una eternidad para que por fin llegara a París con mi estómago a punto de ser expulsado por completo.
Ferdinand llamó a su chofer para que me llevara sana y salva a casa. Sin duda un hermoso detalle de su parte.
Al llegar a la calle de mi casa vi a las cámaras de diversas televisoras, tanto locales como internacionales.
— ¿Papá? —pregunté al verlo fuera de casa.
— ¡Serene!, has vuelto—me tomó entre sus brazos y me llenó de besos al igual que mi madre.
— ¿Qué está pasando aquí?
—Creímos que te habían secuestrado o que había huido de casa—lloriqueó mamá.
—Ya estoy aquí—giré hacia los reporteros—ahora por favor dejen a mi familia, ya estoy de regreso, no me pasó nada—grité.
Todos comenzaron a retirarse, pero ni ellos ni mis padres se habían percatado del anillo.
—Vamos a casa—musitó mi padre mientras caminábamos al interior.
— ¿Qué es esto? —murmuró mi madre mientras sentía el anillo alrededor de mi dedo.
—Un anillo
— ¿Quién te lo dio? —me mordí el labio con nervios y debatiéndome entre sí decirle la verdad o mentir.
—Ferdinand—confesé gritando.
— ¿Ferdinand qué? —masculló mi padre.
—Serene, felicidades—musitó mi madre abrazándome y llorando sobre mi hombro.
— ¿Ferdinand qué? —insistió mi padre.
—Nos casaremos—susurré con miedo.
— ¿Qué? —preguntó contrariado.
—Nuestra pequeña y el joven Cordier se casarán—gimió mi madre mientras se secaba algunas lágrimas.
—Eso es una tontería, tú tienes veinte años y él unos veintitrés, eso es imposible.
—No—le mostré el anillo—he tomado mi decisión sonreí.
—No lo harás—gritó mi padre.
—Ya es muy tarde ¿no lo crees? —Farfullé—he tomado mi decisión y me temo que no harán esta vez nada para impedirlo.
—Haré lo que sea para impedirlo Serene, así tenga que hacerte elegir lo haré—la boca se me secó en ese instante.
¿Hacerme elegir?, no pensaba en realidad eso, no lo haría. Ya había controlado suficiente tiempo mis decisiones ¿y me haría elegir aun así?, estaba segura de cuál sería mi elección en ese caso.
No tenía nada que perder, ¿dinero?, yo tenía mi dinero invertido en la empresa y Ferdinand también. ¿Mi hogar?, Ferdinand tenía un departamento al que me dejaría mudarme o si no, yo tengo dinero como para hacerme de mi propia casa.
— Piensa bien las cosas antes de cometer una tontería…Lewis—lo llamé por su nombre, jamás me había atrevido a llamarlo así, aun estando molesta.
—Estoy seguro—sonrió—tú eliges.
—Ferdinand—contesté automáticamente.
— ¡Hija! —se sobresaltó mi madre.
—Perdona ma, pero no puedo seguir aquí así, ahora ya no formo parte de este  núcleo “familiar” —giré y me dispuse a salir.
—No me esperen, jamás regresaré a este sitio—sonreí amablemente y cerré de un portazo.
Corrí hacia la calle alejándome lo más posible de mi antiguo hogar, no quería saber nada de ellos. Ni siquiera había sacado mis cosas, o mi dinero, pero al menos salí libre de aquel siniestro lugar.
Corrí sin parar y jadeando en busca de aire hacia el departamento de Ferdinand.
— ¿Hay alguien aquí? —grité tocando la puerta y esperando que el chofer estuviera a cargo de su casa ahí dentro.
Nadie respondió algo, a pesar de que las luces estaban encendidas.
— ¿Me abren? —insistí presionando el botó n del timbre en múltiples ocasiones.
—Enseguida, cálmese, espere un momento—contestó alguien ahí dentro.
Esperé cerca de dos interminables minutos afuera hasta que el chofer me abrió la puerta.
—Oh, es usted, pase—comentó alegre.
—Buenas… ¿tardes? —saludé.
—Sea bienvenida señorita Boucher, el joven Ferdinand me ha ordenado que arregle el departamento, así que por favor perdone todo este desastre.
Por la casa estaba todo aventado, los CD’s con música regados, la ropa botada en la sala y la cocina.
— ¿Para qué es todo esto? —pregunté con cierta expresión de espanto.
—Quería sorprenderla, pero veo que ahora no será posible—rió, ese señor comenzaba a agradarme.
— ¿Puedo quedarme? —pregunté avergonzada.
—Por supuesto, ahora ésta también es su casa.
Me abrí paso rumbo a la que antes era su habitación para encontrarme con un completo cambio, ahora las paredes estaban blancas y con algunos detalles femeninos, unas florecitas en tonos pastel.
Revisé el closet y tenía dentro su ropa y otro espacio más para la mía, ahí colgado estaba el abrigo con el que por primera vez entré aquí y jamás lo regresó; así como ropa de mujer que seguramente también le habían regalado en las pasarelas.
Acaricié la tela de los vestidos recordando aquél momento en el que él me dio ropa para ir a la escuela, y la que por cierto me regaló.
—Ferdinand—suspiré.
Ya no me quedaba mas que esperar a que regresara de Italia, ya no tendría a mis padres apoyándome ni nada de eso, ahora estaba literalmente sola.

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