Capítulo 4 "Ahora la escuela también"- Amor por accidente

AHORA LA ESCUELA TAMBIÉN


Al llegar a mi casa tenía todo el rímel corrido por mis mejillas y las sombras totalmente mezcladas sobre mis párpados haciéndolos lucir multicolores. No me esperé a ver a mis padres, probablemente dirían y supondrían un sinfín de cosas que me pudieron haber llevado a poner un pie así en mi propio hogar, pero ninguna de ellas se acercaría, ya que solo fui a una “cita de negocios”.
Me introduje rápidamente en mi habitación y comencé a llorar en mi almohada sofocando contra esta mis gritos desesperados, jamás me habían dejado plantada, si acaso el más cercano fue Luke, un chico de preparatoria que me invitó a salir y llegó muy tarde a nuestra cita, ha sido la única vez que me han dejado plantada y humillada, pero con Luke jamás me había sentido tan miserable como  con Ferdinand.
¿Por qué tuvo que suceder hoy?, ¿Por qué debía llegar tan bien arreglado?, bien pudo haber llegado como siempre y no habría reaccionado así, si no que decidió arreglarse y quedar el mismo día con mi mejor amiga y lo que es peor ¡Se supone que no debería importarme!
Seguí afligida en mi habitación por este acontecimiento para después darme cuenta que no valía la pena y que hiciera lo que hiciera jamás solucionaría nada llorando, así que empecé por cambiar un poco mi imagen, salí sin permiso hacia la estética del club de la familia a teñirme el cabello ¿será rosa o naranja?, debía hacer algo para distraerme.
—Señorita,  ¿Ha decidido ya lo que desea que le hagamos? —preguntó la señora de la estética.
—Sí, quiero teñirme el cabello de algún color…pero aun no decido cuál.
—Con el color de tus ojos me parece que te iría bien un naranja.
—Entonces naranja será—decidí, no estaba segura del resultado, ni de lo que mis padres pensarían, pero no me importaba ahora pues estaba desesperada por hacer algo que me mantenga alejada de mis propios pensamientos.
—Necesitaré que espere un poco a que la base se asiente para después colocarle la segunda capa de color.
—Pero sólo quiero un ligero naranja ¿entiende?…uhm, algo no tan llamativo.
—Está bien, solo le enjuago el cabello y quedará listo.
—Gracias—suspiré, realmente estaba agradecida con esta señora por hacer que me olvidara del resto del mundo que seguramente me recordaría de golpe todo lo que me ha sucedido.
Me miré en el espejo asombrada por mi aspecto, si quería un cambio definitivamente lo había logrado y drásticamente. La Serene inocente e ingenua había quedado atrás y ahora se mostraba la Serene seria, la que había tratado de ocultar todo este tiempo.
Al llegar a mi casa la primera en verme así fue mi madre.
—Hola mamá—saludé pasándome derecho a la sala para ver la televisión con ella siguiéndome de cerca.
— ¿Qué te ha pasado en la cabeza? —preguntó pausando cada palabra.
—Nada, decidí pintarlo, ya le hacía falta un cambio.
—Pero no de ese tipo de cambios hija, no sabes la estupidez que acabas de hacer.
— ¿Perdona?, no es ninguna estupidez, de hecho es una de las cosas más inteligentes que he hecho y de las pocas decisiones que me he permitido tomar y tu…tu, por primera vez que decido en mí vida, me regañas y te molestas por algo que si bien no te afecta a ti, ¡A mi si! Así que si sigues pensando que es una estupidez, es mí estupidez no la tuya—estallé, me había estado guardando todo esto y justo ahora vine a estallar y contra mi madre.
— ¡A tu habitación jovencita! —gritó furiosa pero herida por mis comentarios.
Era muy tarde para pedir perdón y yo muy orgullosa para poder ir a hacerlo, esto solo empeoraba las cosas, pero si no les ponía un ultimátum jamás podría decidir algo sola, mis únicas decisiones constaban en el color de mi blusa, el vestido indicado, el maquillaje que combine…y cosas tan banales como esas.
Una vez en mi cama <<últimamente mi santuario de reflexión, literalmente, porque ya hasta me había comprado una cajita con inciensos y fragancias para aromaterapia>> me tiré esta vez a reflexionar, al menos para pensar bien las cosas que me estaban pasando.
Inmediatamente esbocé una sonrisa al pensar en la cita de Pauline, aunque ésta se desvaneció al recordar con quién era. Comencé a preocuparme por mi amiga, porque estaba sola con Ferdinand y si él fue capaz de echarme de su casa de esa manera no sé cómo reaccionaría con Pauline y ella era tan delicada en ese sentido.
Decidida salí de mi habitación y corrí bajando las escaleras, tomé las llaves de mi auto y salí como alma que lleva el diablo hacia nuestro garage. Una vez ahí abrí la puerta para introducirme y manejar directo a su casa, cuando una persona pasó corriendo hacia mi casa y tocó el timbre. Pero decidí no prestarle atención y que alguien más se hiciera cargo de esto.
Corrí en el auto por las calles, por primera vez me sentí realmente libre, busqué en mi bolsa mi celular para llamar a Pauline per éste se me olvidó en la cómoda de mi habitación. Aun así continué con mi trayecto hasta su casa, al llegar aparqué en un lugar frente a la banqueta y salí furiosa con las manos en puños a los costados. Llamé una vez a la puerta, pero nadie abrió, intenté de nuevo y esta vez mi amiga decidió abrirme, pero ella estaba llorando, seguramente por Ferdinand.
—Pasa—susurró abriéndome la puerta.
— ¿Te encuentras bien? —pregunté sin tacto alguno hacia su situación.
—Sí, las lágrimas son de felicidad—ironizó.
—Ya, ya, he entendido, disculpa, pero me alarmaste después de verte llorando—la tomé en un abrazo y la consolé hasta que dejó de sollozar, deben ser como las ocho de la noche y yo sigo aquí en la casa de mi amiga— ¿Por qué estas así?
—Ferdinand, el…—sollozó nuevamente—él…me dejó…y salió…porque tenía…cosas que hacer—y volvió a caer en lágrimas, al parecer no se había dado cuenta del color de mi cabello puesto que no había comentado algo al respecto y no se había tomado la molestia por regañarme.
—No te preocupes, ya tendrá él sus razones para dejar ir a una chica tan genial como tú—traté de consolarla. Ella volteó su mirada hacia mí.
— ¡¿Qué le has hecho a tu cabello?! —al menos ya la había logrado distraer.
—Me gusta así Pau, necesitaba un cambio y éste me vino muy bien—dije orgullosa de mi decisión.
—Al menos no fue un tatuaje como la última vez que quisiste un “cambio” —me regañó.
—Al menos mi temor a las agujas me salvó de esa estupidez—sonreí ante el recuerdo.
Pau y yo acabábamos de salir de la preparatoria y yo estaba furiosa con Luke, así que decidí hacer un “cambio” tatuándome una mariposa en el hombro derecho. Pau estuvo conmigo en todo el camino tratando de hacerme reconsiderar las cosas, pero no la escuché; y no fue hasta que vi la aguja del “aparato de tatuajes” que me asusté y huí de aquel lugar.
—Gracias por venir Ser, eres una muy buena amiga.
—No hay de qué, pero si no te importa, debo ir a casa o mis padres se pondrán peor que insoportables.
—No te preocupes, gracias por venir. Nos vemos—me abrió la puerta y salí hacia la lluvia de la calle.
Me planté en la esquina en la espera de un taxi, pues mi auto apenas y tenía suficiente combustible como para quedarme varada a medio camino, pero la mayoría pasaban llenos o bien, no se detenían al hacerles la parada. Estuve ahí durante un buen rato hasta que alguien se detuvo frente a mí.
— ¿Qué haces así de nuevo? —dijo un voz familiar.
— ¿Te conozco? —pregunté tratando de ver a través del vidrio a alguna cara familiar.
—Sí—contestó entre risas.
—Si no bajas la ventana no sabré quien eres—espeté golpeando el vidrio que detenía mi completa visión.
—Yo creo que sí…preciosa—contestó, e inmediatamente supe quién era.
—Ferdinand, lárgate de una vez antes de que llame a la policía o comience a gritar—advertí, ese día no estaba de broma.
—Lo siento, fui a tu casa a verte, pero no estabas y creí que te encontraría en casa de tu amiga—confesó—por cierto, tu cabello luce loco, pero fabuloso.
—Gracias…—dudé—lo digo por el cumplido, pero jamás te perdonaré por lo de Pau, ¿qué era aquel asunto tan “importante” que debías atender como para dejarla así? —no podía controlar mi ira, el simple hecho de que haya dejado así a mi amiga lo había hecho merecedor a un puesto en mi lista de “los chicos más odiados” y él encabezaba la lista.
—Tú— contestó seriamente.
— ¿Yo qué?
—Tú eras ese asunto tan “importante” que debía atender—musitó imitando mis gestos.
—Pero…—me dejó sin excusas, el había dejado a Pau por mí.
No sabía cómo reaccionar, por un lado estaba furiosa porque me dejara y después le hiciera lo mismo a mi amiga; pero por el otro, me había ido a buscar hasta casa.
—Pero nada, ahora sube y vámonos a tu casa.
—No, no pienso subir a tu auto, prefiero morir de hipotermia y mojada antes que subirme de nuevo a tu auto—la ira ganó.
—No digas tonterías y sube—su voz se escuchaba más forzada.
—He dicho que no—refunfuñé.
—No me obligues a cargarte.
— ¿Qué?
—Tú lo quisiste—al terminar la frase, me cogió por las piernas y la cintura y me acurrucó en sus brazos como a un bebe
— ¡Auxilio! ¡Auxilio! —grité mientras él me metía en su auto. Un hombre se aproximó y lo empujó contra su auto
—Deja a la señorita—advirtió el tipo que se detuvo a ayudarme
—Está ebria, no sabe lo que dice—mintió y aquel tipo se alejó dejándome indefensa en los brazos de Ferdinand
—Bájame—reproché ya sin esperanza alguna
—Te lo advertí, no me diste otra opción—se encogió de brazos y condujo hasta mi casa—listo, ahora puedes irte
—Idiota—mascullé y azoté la puerta tras de mí.
Me introduje rápidamente a casa sin mirar la hora que era, todas las luces estaban apagadas y no se escuchaba ruido alguno en las habitaciones. Encendí la luz de mi habitación y miré hacia mi celular que yacía aun en la cómoda, 2:00am decía el reloj. Solté un grito de estúpida colegiala en cuanto vi la hora.
Unos pasos rápidos se aproximaron a mi habitación y a sabiendas de que me habían escuchado me tumbé en el piso envuelta en mis sábanas para fingir una caída
— ¡¿Qué sucedió?!—preguntó mi madre dando unos tras pies dentro de mi habitación
—Me caí de la cama, fue solo eso, no te alteres—musité mientras me ponía de pie
—Buenas noches—cerró de un portazo mi habitación, pues seguía molesta por mi discusión de esta mañana.
Me fui a dormir y cuando abrí los ojos el sol estaba resplandeciendo en la ventana de mi habitación me levanté lista para afrontar, esta vez a mi padre, así que me duché y me arreglé como siempre sólo para estar en casa, bajé las escaleras y entré como si nada al comedor
—Ya era hora—bufó mi padre
— ¿Hora de qué? —preguntamos mi madre y yo al unísono
—De que te arreglaras…el cabello—dijo con una sonrisa—siempre te veías igual de seria y ahora sí pareces una mujer de tu edad
—Gracias—dudé.
El día transcurrió muy aburrido, creo que empezaba a extrañar mis discusiones con Ferdinand, ¡en qué rayos estoy pensando!, no, no extraño nada y punto, si vuelvo a pensar una tontería como tal me golpearé la cabeza contra un muro para sacar estas ideas.
Después de un largo tiempo pasando del sillón a mi cama y viceversa, decidí irme a dormir cabizbaja a mi habitación, en definitiva el peor día de mi vida, sí, inclusive peor que el día de la excursión.
A la mañana siguiente me preparé para la universidad, esta vez no iba a retardarme y asistiría a mis clases completas.
Hasta ahora en la limusina todo iba bien, nada sospechoso para arruinar mi día.
Al entrar al salón de clases sólo estaban dos chicas en sus salones, Eve y Chris, dos tipas que solían coquetear con los chicos populares, por lo que todos teníamos más que claro a qué nos ateníamos al tratar con ellas, en caso de ser mujer serías un fácil más en el grupo y al ser un hombre se sabía que solo querían sexo con ellas
—Buenos días—entró la directora de la facultad de administración al aula—vengo a presentarles a un compañero más dentro de la facultad, su nombre es Ferdinand Cordier
—Maldición—dije en voz alta y todas las miradas se dirigieron a mí—Perdone directora yo no quise…—mi cara ardía en rojo vergüenza
—No te disculpes señorita, después hablaremos de tu comportamiento.

Una sombra comenzó a avanzar y a disminuir su tamaño hasta que por fin Ferdinand se hizo presente, giró hacia mí y me guiñó un ojo, todos presenciaron aquel gesto e iniciaron los cuchicheos de mi salón.

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