Capítulo 9 "Accidentes"- Amor por accidente

ACCIDENTES

Continuamos el camino el chofer y yo a toda marcha y el celular volvió a sonar.
— ¿Bueno? —contesté.
—Serene, más vale que te apresures, tu padre está de pie frente al baño esperando a que salga—colgó y me quedé perpleja viendo mi móvil.
—Señorita, ya llegamos—musitó el conductor.
Le pagué y bajé del auto.
Voy caminando hacia el interior de la casa por el caminito empedrado que conduce a la entrada del departamento.
Toco y nadie abre, intento con el timbre y nadie abre, me asomo por una rendija que quedó entre las bisagras de la puerta y veo a mi padre sentado en el recibidor con la cara roja de ira.
Decido empujar la puerta y ésta se abre de golpe azotado contra la pared y llamando la atención de mi padre.
— ¡¿Dónde estabas?! —gritó exasperado.
—Fuera con Pauline haciendo un trabajo—mentí tranquilamente.
—Hace un momento el joven Cordier me marcó para decirme que estabas en una cita con él y que llegarías tarde ¡y lo hizo desde tu teléfono, así que no me mientas! —gritó perdiendo los estribos.
Ferdinand al escuchar todo lo que estaba sucediendo salió del baño corriendo, lo que me hizo sonreír y tranquilizarme.
—Señor Boucher, ya le dije que yo no le marqué nunca—espetó en mi defensa Ferdinand.
— ¿Entonces de quién era esa voz señor Cordier?
—Yo que voy a saber, yo no estaba con su hija—respondió a la defensiva.
—Serene—giró hacia mí mientras me encogía en mi asiento— ¿Quién era?
—Ya te dije que estaba con Pauline y te habló un chico que estaba en el equipo, si no me crees háblale—le tendí el móvil y enseguida lo tomó.
Se levantó y caminó fuera de nuestra vista dentro de la casa de Ferdinand.
—Oye, ¿qué rayos pasó? —preguntó con apenas un susurro.
—Chris le dijo que había salido contigo—admití.
— ¿Quién es Chris?, ¿hablas de la zorra del salón? —reí.
— ¡No! —Externé contenta—hablo de Christopher…el chico pelirrojo.
—Ahora veo, y por qué el poco hombre no pudo decirle que estaba él contigo.
—Yo que sé—respondí encogiéndome de hombros.
—Es que simplemente eso no fue correcto.
— ¿Estás celoso? —levanté las cejas de una forma pícara y divertida, a lo que él respondió con un sonrojo.
Entrelazó los dedos y dejó caer sus manos entre sus piernas.
—Yo no estoy celoso o bueno…—pasó su mano a través de su cabello—no, definitivamente no estoy celoso—concluyó levantándose del sillón.
Mi padre regresó después de la llamada y me vio ahí sentada sola.
—Toma—estiró la mano con el celular—dile al joven Cordier que lo siento y que mañana habrá una reunión con los inversionistas, también te quiero ahí a ti—se despidió y lo dirigí a la salida—por cierto discúlpame tu también—pausó sus palabras—la reunión es a medio día.
—Pero tengo clases—repelé.
—Pediré permisos para que faltes—abrió la puerta y salió.
La verdad no me preocupaban las clases, me preocupaban los resultados del examen de regularización que serían entregados justamente mañana.
Ferdinand no aparecía y decidí subir a su habitación a ver si se encontraba ahí.
Abrí la puerta y no lo encontré, tome una hojita de su buró y anoté el recado que mi padre me indicó.

Mi padre te ofrece sus más cordiales disculpas y perdona por las molestias que te provoqué, espero me puedas perdonar por eso. Por otra parte mañana debes asistir a una junta de inversionistas en “Meilleur Mode”

Atte: Serene Boucher

PD: La junta es al medio día, justo a la hora en la que entregan los resultados.
PPD: Espero que en realidad puedas perdonarme.

Doblé con especial cuidado la nota y la deposité en el mismo lugar en el buró. Abrí la puerta y la cerré cuando salí.
Giré para ir debajo de las escaleras y al dar la vuelta para recargarme con la puerta y ésta se cerrara con mi peso vi a Ferdinand de frente. Estaba viéndome con una malvada sonrisa en el rostro.
Recargó su mano empujando la puerta para abrirla y acercó su rostro poco a poco al mío. Cerré los ojos pensando que me besaría, pero se desvió hacia mi oído y me susurró “cuídate”.
Me puse a llorar ahí, justo en ese instante y él sólo se fue y me dejó llorando ahí hecha un ovillo contra la pared.
Al terminar de llorar mis párpados pesaban y sentía los ojos claramente hinchados. Dispuesta a bajar tomé mi bolso de la recámara de Ferdinand y me regresé con a nota que le había escrito.
—Deja eso ahí—me sorprendió su voz logrando que diera un pequeño salto.
—Es mío, me lo llevo.
—Déjalo, está en mi casa y creí haberte dicho que no volvieras a poner un pié en mi departamento—demandó.
—Lo sé y por eso me voy Ferdinand—tomé el papel y lo guardé en mi bolso.
—Te he dicho que lo dejes.
—Y yo te he dicho que no—reté.
—En verdad, si no me lo das no te irás de aquí.
—Es que ahora no tiene sentido nada de lo que contiene.
— ¿Entonces por qué te lo llevas? ¿Por qué no me lo quieres mostrar?
—Porque nada de esto te incumbe—respondí irritada.
—Dámela—espetó.
—No—me crucé de brazos y me planté ahí tan valiente como pude—no te la daré.
—Entonces no te irás—salió a paso firme mientras lo seguía pisándole los talones.
Cerró la puerta por dentro y lanzó la llave por la ventana ¿qué trataba de hacer?, cerró la ventana con seguro e hizo lo mismo con el resto de ellas.
— ¿Qué haces? —interrogué.
—Me aseguro de que no te puedas ir hasta que no me des esa maldita nota—contestó algo irritado.
— ¿No hablas en serio verdad?, todo este drama es por una nota, ¡¿te das cuenta de lo patético que es todo esto?! —grité.
—No es nada patético Serene, estoy harto de que no puedas actuar bien conmigo, de que cada cosa te parezca indiferente—musitó con toda la tranquilidad del mundo.
— ¡No puede ser! —Dejé caer mis brazos a los costados y levanté la mirada hacia el techo.
—Pero así es, así que más vale que te relajes porque pasarás aquí mucho tiempo—subió de regreso a su habitación mientras yo iba detrás de él.
Cerró la puerta en mi cara golpeando mi nariz y provocando que me saliera un poco de sangre, corrí asustada hacia el baño mientras me presionaba la nariz con los dedos.
Al llegar abrí la puerta y me introduje a lavarme las manos, a cara, me puse papel como loca por toda la nariz y me recosté bocarriba como siempre me decía mi madre.
Pasé un largo rato ahí dentro esperando a que mi nariz parara de sangrar y cuando esto sucedió me digné a salir del baño para hacerle frente a Ferdinand.
— ¿Qué te ha sucedido? —preguntó asustado.
—Me golpeaste con la puerta—mascullé irritada.
Sus ojos se abrieron demasiado con sorpresa y algo que interpreté como arrepentimiento.
— ¿Te encuentras bien? —susurró.
— ¿No te parece demasiado tarde como para preocuparte? —demandé.
—Si…perdona—agachó la cabeza y se desplomó en el sillón.
—Pero puedes dejarme salir—musité.
—Claro que no, dame la nota, ese fue el trato—se puso de pié para pasarse frente a mí.
—Bueno Einstein, aunque te de la maldita nota, tiraste las llaves y no podremos salir—reclamé.
—Buen punto—frotó su barbilla con el pulgar para pensar en algo—derribaré la puerta y listo.
—Como quieras, no es mi casa—me encogí de hombros para restarle importancia.
—Está bien, voy por algo para poder derribar la puerta.
—O podrías llamar a un cerrajero para que nos abriera—sonreí con ironía.
—Buena idea.
Sacó su móvil y buscó en internet alguno cercano a su casa, llamó y dio la dirección para que vivieran.
El lugar estaba en un silencio incómodo, pues nadie tenía nada que decir.
—Toma—extendí la nota.
—No la quiero—musitó negando con la cabeza.
—He dicho que la tomes.
—Y yo que no la quiero.
¿Cuándo fue que cambiamos los papeles?, se supone que yo no quería que él la viera.
—Como quieras, allá tú—musité guardando la hoja.
Me arrepentí de ocultarla y la extendí sobre la mesita de centro que tenía en su sala.
—Quítala de ahí—espetó arrojándola hacia otro lado.
Me levanté por mi nota y la volví a poner en el mismo lugar.
—Te dije que la quitaras—volvió a tirar la nota y yo me volví para ponerla en su lugar.
— ¡Esto es muy infantil! —esbozó una sonrisa.
—Lo sé—sonreí con generosidad.
—Pero aun así no quiero esto—tomó la nota y la partió en cachitos—de todas formas vas a salir de aquí.
—En fin, de todas formas te diré que decía—imité su tono de voz.
Se puso cómodo en el asiento y listo para escucharme atentamente.
—Pues mi padre te dijo que mañana hay junta de inversionistas y que lo perdones por todos los problemas que te causó—dije tranquilamente.
— ¿Eso es todo?, ¿por eso no querías enseñarme la nota? —musitó señalando los trozos de papel que quedaron esparcidos por el suelo.
—Sí.
Ferdinand me miró con incredulidad y al parecer comenzaba a sospechar que no le había explicado todo.
— ¿Y eso es todo? —insistió.
— ¿Acaso no confías en mí?
Dudó su respuesta, realmente desconfiaba y tenía razón en hacerlo, después de cómo me trató no pensaba pedirle las disculpas que decía la hoja.
—Si…si confío en ti—culminó y el timbre nos interrumpió.
Ferdinand intentó abrirle al señor pero obviamente la puerta no se abría y yo estaba muriendo de la risa detrás de él.
—Señor, abra por afuera—reí sonoramente—para eso lo llamé, me quedé encerrado—admitió entre carcajadas al igual que yo.
—Claro, como ordene—dijo confundido el señor del otro lado.
No podía parar de reír, a tal grado que me empezaba a faltar el aire, mientras que Ferdinand totalmente apenado decidió irse a un rincón con la cara roja de vergüenza.
El señor logró abrirnos la puerta y Ferdinand le pagó con un billete de quinientos. El señor sorprendido porque no le pidiéramos cambio salió del departamento.
—Puedes irte—señaló la puerta recién arreglada.
Salí y recogí las llaves que habían sido arrojadas al suelo horas antes.
—Tómalas—extendí las llaves en mi palma y él las tomó.
—Gracias.
Se instaló entre nosotros un silencio incómodo. No sabía cómo despedirme.
Si le doy la mano parecerá que estoy cerrando un trato con él. Pero no estoy lista para despedirlo con un beso. Decidida a retirarme me di la vuelta para encararlo y estaba con la mirada perdida viendo algo, no sé a qué veía o a quien; pero estoy segura de que no era nada bueno.
— ¿Qué sucede? —pregunté sacándolo de su concentración.
—No…no es nada—ve con cuidado.
Me dio un beso en la mejilla y me llevó a tomar un taxi.
—Pero mi auto está aquí—señalé el lugar que ocupaba en su garage.
—Sí, perdona, pasa a tomarlo—me acompañó con cuidado hacia el garage.
Definitivamente algo malo estaba sucediendo.
— ¿Me dirás ya qué te pasa? —me planté frente a él con los brazos cruzados.
—No es nada ya te lo dije, ahora puedes irte y no te olvides de los resultados de mañana.
—Ni tú de la junta en la empresa—me dio otro beso y me subí al auto.
Conduje hasta casa con cansancio y tomando los atajos que habían en las avenidas para tardar menos.
Los tiempos entre cada cambio del semáforo eran largos y adormecedores, los cláxones no paraban de sonar cada vez que cabeceaba ante la carretera, hasta que de pronto me quedé dormida.
Algo me impactó; mi visión se fue haciendo borrosa hasta estar completamente obscura, mi cuerpo no reaccionaba y no podía pedir ayuda. Sentía un gran dolor en mi estómago, pero cualquier intento de moverme lo agravaba más.
Desperté en la cama de un hospital o de algún centro médico. No había nadie más ahí, solo estaba yo con un suero siendo suministrado por una aguja conectada a mi brazo. No había ruido alguno ni movimientos en algún lugar. Es como si estuviera a salvo pero sola, muy, muy sola.

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