Capítulo 1- Crimen a la moda

CAPÍTULO 1

Mi patética vida comenzó con un accidente, no uno bueno como el de las películas románticas, fue un accidente automovilístico.
Cuando por fin tuve lugar redactando artículos en una revista de asesoría fiscal, conocí a Frank, mi querido camarógrafo.
Frank me acompañaba a las conferencias o a las charlas del presidente o consejeros, o a cualquier otra cuestión que necesitara de nuestra presencia.
A mis veinte años había escrito más de cien cartas anónimas felicitando la maravillosa fotografía de ese chico y bueno, era el momento de entregarle una carta personalmente.
El sobre blanco tenía mi nombre y abajo, en la esquina inferior derecha, justo donde cubría mi dedo pulgar cuando lo sujetaba. Ahí estaban escritas sus iniciales “N.F.” sí, Nadege Frank.
Hoy por fin le diría todo lo que siento por él, saldría del anonimato y entonces le haría frente al futuro con o sin Frank. Pero el destino jamás estuvo a mi favor.
Escucho el rechinar de unas llantas contra el asfalto y veo a un Mercedes Benz que va a impactar contra mí…y me paralizo, no puedo moverme y me quedo pasmada justo en medio de la calle mientras los transeúntes me observan. Trato de avanzar pero un Smart blanco sale volando contra el Mercedes y alguien se abalanza sobre mí.
— ¿Te encuentras bien? —Pregunta, pero no logro responder.
Su voz aterciopelada y su perfil tan masculino me tienen anonadada, incluso más que el accidente que se está viviendo en la carretera.
—Oye, reacciona—me dio unas palmaditas en las mejillas y mi cabeza cayó hacia un costado—. Reacciona, por Dios que voy tarde a una importante reunión…mira, ¿ves estos billetes verdes?, corre a comprar algo y recupérate—me dio un beso en la frente y me depositó contra la fría y dura acera.
Cuando reaccioné me levanté del suelo y los billetes volaron con el viento.
La junta, la junta sería hoy y debía asistir para cubrir a los que faltarían en su turno…pero el accidente, debía ofrecer disculpas a los agraviados y hacerme cargo de sus gastos médicos pero no había tiempo.
Corrí en busca de un taxi pero no pasaban por el tremendo accidente, así que tuve que correr con todo y tacones para llegar a tiempo. En fin, llegué con una maraña de cabello sobre mi cabeza, como si dos gatos rabiosos hubiesen peleado ahí arriba; mi traje estaba con manchas de tierra y lodo y mis zapatos se encontraban en un estado aun peor.
—Daphne, te esperan en la sala de juntas—me dijo mi asistente en cuanto pasé por mi cubículo.
—Gracias, subo enseguida—antes de subir las escaleras ella me detuvo y me llevó hacia los baños.
Abrió su bolso y sacó un cepillo, me dio un pantalón de mezclilla y una blusa blanca algo ajustada. Comenzó a cepillar mi cabello mientras yo me cambiaba la ropa, los zapatos podrían esperar, pero el resto de mí no, si tenía que ascender por ese elevador para ver a todos mis superiores lo haría bien y demostraría que no por ser joven debo ser incapaz de hacer bien mi trabajo.
—Daphne, date la vuelta—me escaneó de arriba abajo y asintió en muestra de aceptación—. Luces fenomenal, ve por ellos.
Y así lo hice, subí por el elevador y abrí la puerta haciendo mi entrada triunfal, todos se giraron hacia la entrada y entré más que avergonzada a tomar mi lugar.
—Después de esta breve interrupción patrocinada por Daphne Miller, les presentamos al nuevo director General de la revista “The way”, Nathan Fara.
Mi revista, mi amada revista que tanto había protegido y por la que me costó una vida el entrar a trabajar aquí tenía nuevo dueño.
Seguramente sería un ex juez o quizá un doctor en derecho graduado en Harvard, de esos ancianos que llegan a imponer su mandato sobre los simples mortales, mientras nosotros nos burlamos de su obvia calvicie.
—Muchas gracias por asistir, he solicitado la presencia de tres de nuestros columnistas por una simple razón que me gustaría tratar a solas con ellos.
Me quedé estupefacta y con la boca abierta observando a mi nuevo jefe. ¿Por qué él?, somos más de un maldito y jodido millón de habitantes en todo el mundo y debía ser justamente él.
—Por favor John y Mary, quédense un momento. Miller, la espero en mi oficina, que su asistente la guíe por favor—alzó un sobre y lo batió en el aire hacia mi dirección.
Mi sobre, la carta que le entregaría a mi fotógrafo ¡no!, ¿por qué él la tenía en su poder? Ahora mismo podrían estar ahí dentro dándose un festín mientras se burlaban abiertamente de mis sentimientos. Que patético. Patético Mercedes, patético cambio de jefe y patética yo.
Fui a donde me indicaron y una señorita me abrió la puerta para entrar a su elegantísima oficina.
Los muebles de cedro relucían por todas partes, en estantes, en sillas, en su escritorio, en los marcos de una ventana exclusiva que tenía vista hacia un enorme bosque que crecía en las orillas de la enorme ciudad y en una escultura que estaba sobre su escritorio. Tardé más de diez minutos en encontrarle forma a su escultura y cuando lo hice, lo que vi fue un gatito con uno de esos mazos que usan los jueces.
Estaba a punto de tocar la nariz del extraño felino que parecía uno de esos orificios porta lápices cuando la puerta se abrió con un ruido demasiado fuerte que hizo que mi corazón saltara y que pegara un brinco desde el frente del escritorio hasta uno de los libreros empotrados en la pared derecha. Haciendo que mi codo impactara con la orilla del mueble y que un par de libros se cayeran de él.
—Lo siento señorita Miller, no fue mi intención asustarla—murmuró mi nuevo jefe mientras se daba la vuelta para poder cerrar su puerta y se agachaba para levantar los libros que yo había derribado—. Deseo hablar con usted.
Rodeó el gran escritorio y tomó asiento en el suave y felpudo sillón rojizo. Depositó los libros dentro de un cajón de su escritorio y comenzó a observar todo en su oficina.
—Vamos, tome asiento—me señaló con un ademán la silla que estaba frente a mí y tímidamente me senté frente a él.
Si existiera una forma de torturar a una mujer creo que sería esta. Enfrentarla a su peor y más grande temor. Un hombre molesto.
—Verá, esta mañana creo que usted y yo tuvimos un inicio demasiado brusco ¿sabe?, hubiese deseado que las cosas fueran de otra forma pero no será posible regresar el tiempo.
—Si debo pagar por la compostura de su auto lo haré, el Smart quedó deshecho y pienso hacerme cargo de los gastos…
—No, no hablo de los gastos de un automóvil viejo, hablo de esta carta. Me he tomado la molestia de leerla ya que tenía mis iniciales y tu nombre estaba escrito sobre ella. Odié tu falta de profesionalismo Daphne Miller, además de que esta carta tiene un sinnúmero de errores ortográficos que dan vergüenza citar. La verdad es que no creí que conocieras algo acerca de mi trabajo o de mis gustos.
—Un momento, realmente no conozco nada de ti, ni siquiera te había visto antes del accidente—externé poniendo cierto gesto de desagrado.
Pudo haberme dicho cualquier cosa e incluso pudo haberme gritado por haber estropeado su auto, pero no podía insinuar que tenía cierta obsesión con él. Sí, el hombre en cuestión era demasiado sexy como para no obsesionarse. Pero no lo conocía y no pensaba hacerlo ahora que sabía que él era mi nuevo jefe.
—No podría negarlo después de lo que ha dicho de mis fotografías.
—Pero usted no…
—Sí, tomo fotografías de diferentes cosas en mi tiempo libre y es demasiado lindo de su parte este detalle de hacerme una carta diciendo lo maravilloso que le parece mi trabajo. Ya me habían llegado demasiados e-mails diciéndolo, pero nadie se había atrevido a confesarse de esta forma.
— ¡¿Acaso no entiende?! —estallé azotando ambas manos en su escritorio y tomando impulso con ellas para levantarme—. La carta no era para usted, vea esas iniciales de ahí, son de mi amigo y no de usted.
Si pasaba un minuto más en esta oficina seguramente le soltaría una bofetada bien puesta para que dejara de creerse la persona más importante en el planeta. Y mi amigo sí lo era, por dos sencillas razones: Porque él me había acompañado a todas partes y porque siempre me cuida en cada lugar al que salimos juntos.
—Fingiremos que eso es cierto. De todas formas tendré que enviarla a un curso de redacción  si es que quiere conservar su trabajo ¿no le parece?, espero que no le mencione a sus compañeros de trabajo este pequeño altercado y por favor llámeme por mi nombre.
—Eso jamás lo haré y perdone, pero debo volver al trabajo…
—No tan rápido—extendió el brazo y me tomó por la muñeca para detener mi avance—. Te irás al curso y no volverás a la redacción hasta que yo mismo te lo ordene.
— Pero tengo una jefa de redacción que…
—Yo soy tu jefe inmediato ¿de acuerdo?, así que abstente de estas tonterías y ve de inmediato a ver un curso que te agrade, cuando lo encuentres ven y dímelo.
— ¿Podría darme mi carta? —exigí mientras estiraba la mano para arrebatarla.
—No, la conservaré, y en caso de que fuera para tu amigo deberías decirlo de frente porque cualquiera te rechazaría con esa terrible letra—metió la carta en uno de sus cajones y me abrió la puerta para que saliera—. Avísame de verdad cuando encuentres algún curso que te guste.
—Disculpe la pregunta, ¿cuántos años tiene?
—Veinticuatro, ¿por qué?
—No, na…nada—salí y cerré la puerta.
Bajé corriendo por las escaleras y llegué hasta mi cubículo para buscar en la laptop un curso de redacción costoso, uno que lastimara a su queridísima revista para que viera que él no podía darme órdenes así como así, un joven de veinticuatro años no debe ni puede darme órdenes. No mientras yo no cumpla los veintiséis y esté casada con el amor de mi vida. Con Frank. Y hasta ese entonces será como una persona mayor me podrá decir qué debo hacer.
Cuando comencé a teclear en busca de un cursillo bueno y de preferencia fuera de su alcance, me interrumpió mi asistente.
—Daph, te habla el nuevo jefe—me levanté con pereza y pasé a un costado; entonces ella susurró—: Él es realmente sexy.
No, habría cualquier otra denominación para él menos sexy. Sí, se que había dicho que él era sexy y algunas otras cosas más, pero después de su arranque de furia y su verborrea de soy-mejor-que-tú no me quedaba duda alguna de que sólo era un ser común y corriente al que me debía enfrentar ahora mismo.
Abrí la puerta y un aroma a fragancia masculina con un toque de madera llegó hasta mí. Oh gloriosa madre que ha parido a este ser masculino que se encuentra frente a mí.
Estaba cambiándose la camisa cuando yo interrumpí y pude ver su abdomen marcado y su diminuta cintura, podía jurar que medía lo mismo que la mía.
De inmediato se dio la vuelta y se abrochó los botones como pudo, haciendo que quedaran disparejos, como si se los hubiese abotonado un niño de preescolar.
—Siento mucho haber interrumpido—inicié mientras me cubría el rostro con el flequillo para evitar que notara mi sonrojo—. Pero usted me ha llamado.
—No se preocupe, le hablé para encomendarle una tarea demasiado complicada, para empezar dime cómo me veo—se dio una vuelta lenta y pude admirar cada centímetro de su cuerpo aun con la ropa puesta.
—Yo…es que yo…no lo sé.
—Sea honesta conmigo, ¿me veo bien? —y claro que lucía magnífico, pero a dónde pretendía llegar con esa clase de preguntas tan atrevidas y surgidas de la nada.
—Sí, se ve demasiado bien, excelente diría yo.
—Dime, ¿sabes algo de moda?
¿Moda?, esta pregunta era sobre su ropa. Demonios y yo que estaba alterada por pensar en una palabra que no se escuchara demasiado mal o mucho menos atrevida, deseaba decirle que era deseable pero de forma sutil y delicada, no grotesca y vulgar.
—Escribo para una revista de derecho y política, ¿le parece que debo saber de moda?
Si me respondía que por ser una chica debería saber qué colores combinan o las colecciones de cualquier diseñador, seguramente esta vez sí le plantaría la bofetada sin pensármelo dos veces y todo por sus comentarios sexistas.
—Es verdad. Pero creí…por tu vestimenta, que quizá sabrías algo de todo ese mundo, perdón si te he ofendido.
Me quedé observándolo sin decir nada, este hombre tenía un serio problema y necesitaba arreglarlo de alguna forma, no podía ir preguntando a todas las mujeres que se encontraba ese tipo de cosas porque…no, simplemente no era correcto que un hombre fuera tan confianzudo con una mujer.
—Disculpa…pe, disculpe, pero no debería hacer ese tipo de preguntas a personas como yo.
—Te refieres a personas que no saben nada de moda o a mujeres en general.
Wow, este hombre me trataba como una más del montón y ni siquiera intentaba ocultarlo.
—No, a una persona que apenas está entrando a la adultez.
— ¿Cuántos años tienes? —qué pregunta más atrevida, no es que tuviera un complejo de la edad como muchas mujeres, sino que simplemente muchos hombres se hubieran abstenido a hacer esa pregunta por mera educación y él la soltaba sin preguntárselo dos veces.
—No debería responder, pero tengo veinte y en un par de meses por fin cumpliré los veintiuno.
— ¿Por qué son tan importante los veintiuno?
—Porque entonces podré enamorarme sin sentirme culpable y cumpliré con mi plan de vida.
Podría ser patética mi respuesta, pero la verdad era que sí tenía uno, donde mi realización profesional ocupaba un alto rango, pero por sobre ella, pasando esa línea de lo verdaderamente importante estaba “enamorarme”, ya lo estaba haciendo a los veinte, pero en unos meses más por fin podría hacer que Frank se me declarara y decir un:
—Si—murmuré saliendo de mis pensamientos de color de rosa.
¿Había pensado en voz alta?
—Entonces dígamelo.
—De…decir qué.
—El curso al que quiere ir. Le he preguntado si ya sabía a cual y usted dijo que sí.
—Ya veo, sí, de hecho se encuentra cerca de aquí.
—En ese caso la acompaño a inscribirse, y de paso me sirve para que me muestre un poco los alrededores de esta ciudad.
Guía turística, a eso me había rebajado con el nuevo jefe. Si estuviera el anciano decrépito anterior, seguramente estaría ahora mismo recibiendo órdenes de la encargada de redacción para que hiciera alguna columna sobre el divorcio o cómo dar asesoría a las personas que no saben nada sobre el derecho, incluso de algún dato curioso que haya pasado este mes e incluso podría estar en una conferencia de “X” desconocido de la universidad.
Llegamos hasta un amplio y enorme edificio de cristal donde se impartiría el curso que debería pagarme la revista.
—No te lo dije antes, pero el curso cuesta cerca de mil dólares la clase y se imparte todos los lunes, miércoles y viernes durante dos meses.
—El precio no es problema, de todas formas yo tendré que pagarlo.
—No, la empresa tendrá que pagar por él, no usted.
—El dinero que yo gano sale de las ventas de la revista, así que si las ventas de esa pagarán su curso…significa que el dinero saldrá de mi bolsillo.
No, me negaba a aceptar que él me pagara el curso aun si él sabía que habían cientos que estaban más cerca y a un precio mucho más bajo. Odiaba que un hombre pagara mis gastos, aunque era lindo debo admitirlo, pero eso no significaba que debía aprovecharme de ello.
Entramos al enorme edificio y la luz de ahí dentro me cegó por unos segundos, hasta que mi jefe tuvo que tirar de mi mano para que avanzara y me inscribiera al curso.
—Perdone señorita—llamó a la joven de la ventanilla—. Quiero inscribirme a un curso de redacción que se impartirá en una semana, ¿aún hay cupo?
La mujer se quedó como idiota observando a mi jefe, era obvio que debería seguir aguantando ese tipo de reacciones mientras él estuviera conmigo.
—Claro, enseguida lo registro.
Tecleó en su computadora un par de cosas y nos tendió el teclado.
—Listo, por favor llene el registro.
Nathan me cedió un poco de espacio para rellenar el formato electrónico y una vez que terminé, la señorita me ofreció la hoja impresa con los datos para el depósito.
—Gracias, enseguida volvemos para continuar con el registro.
Salimos de las oficinas y caminamos hasta encontrar un banco donde él sacó su chequera  e hizo el depósito inmediato mientras hablaba con el señor que atendía de una forma muy animada. Ok, él podía mantener una conversación tan informal como las que habíamos tenido y tan educada como aquella con la señorita del cuso. Por lo menos era algo profesional.
Salimos del banco sin cruzar palabra alguna y caminando rítmicamente—daba gracias al señor por no llevar tacones tan altos—. Él se detuvo en un puesto de revistas y compró la publicación de este mes, la hojeó mientras regresábamos al edificio de cristal.
— ¿Cuál es tu sección? —preguntó de la nada.
—Esta vez me ha tocado reseñar el foro de la madre soltera que ha impartido una universidad, creo que está en la página treinta y dos.
Él hojeó de inmediato la revista en busca de la reseña, y una vez que la encontró me hizo sentarme en la banqueta a su lado hasta que él terminó de leer mi nota. Era de lo más molesto tenerlo al lado criticando mi forma de redactar.
Cuando giré para ver su reacción conforme leía mi nota pude ver su perfecto perfil, si un día debían sacarle una fotografía debería ser desde este ángulo. Su fuerte mandíbula estaba ensombrecida de un lado, sus ojos color verde estaban perfectamente iluminados con el sol que daba de frente y unos mechones de cabello rebelde estaban sobre su frente; de pronto su rígida expresión se relajó en cuanto terminó de leer mi nota y sus labios se curvaron hacia arriba formando una sonrisa.
Entonces él abrió la boca para decir algo y tuve                que darme una paliza mental para poder reaccionar.
—Perdona, ¿qué dijiste?
—Que escribes excelente, pero no comprendo las faltas ortográficas de tu carta—de verdad se notaba una gran incertidumbre en su rostro.
—No lo sé, la verdad hice esa carta en la noche y supongo que no veía muy bien lo que escribía—a estas alturas la carta ya no me importaba tanto como al principio.
—Ya veo, bueno vayamos a darte de alta en el curso.
Nos levantamos de la acera y continuamos el camino para poder registrarme y asistir al curso, por lo menos no tendría que trabajar por unas horas y podría distraerme un rato en algo completamente diferente a lo que estaba acostumbrada a hacer.
Entramos nuevamente al edificio y de inmediato nos dejaron pasar para poder entregar todo lo necesario y que me asignaran un salón de todo el edificio para tomar mi clase. Quería que fuera uno de los pisos altos para poder entretenerme cuando me asomara por la ventana, debía tener una distracción a como dé lugar.
Me sellaron un pase para el curso y la señorita me entregó una libreta en blanco, un bolígrafo y un gafete con mi nombre y todos mis datos. Como si yo fuera una niña de kínder en riesgo de perderse.
—Señorita Miller, la primer clase es mañana en el octavo piso en el salón 112 B.
La señorita me entregó todas las cosas dentro de una bolsa con el logotipo de su empresa y nos retiramos para poder continuar con nuestro día. O por lo menos eso era lo que yo iba a hacer.
Caminé con rumbo a las oficinas cuando me di cuenta de que aquel tipo detestable ya no estaba siguiéndome, había perdido a mi jefe en tanta multitud y ni siquiera me preocupaba por regresar por él.
Si él había decidido quedarse atrás, ahí se quedaría y punto. No me importaría nada de lo que él hiciera. Aunque pudiera despedirme porque él era el nuevo jefe de la revista. ¿A quién engaño?, es obvio que regresaré por él.
Camino a toda prisa para encontrar a  mi jefe. No podría ser más patético.
Mi jefe ya era todo un hombre como para poder ir a la revista solo, pero no, yo debía regresar como mamá gallina hasta donde él estaba.
Llegué hasta donde estaba un puesto de un señor vendiendo algodones de azúcar. Él estaba charlando con aquel sujeto como si se conocieran de toda la vida. Me vi obligada a interrumpir esa plática tan alentadora para arrastrar el trasero de mi jefe hasta su maldita oficina.
—Disculpe señor Fara, pero no me pagan por cuidarlo. Regresemos a la oficina.
—Daphne, estoy platicando con este sujeto, ten un poco de respeto y déjame terminar, ya iré yo a la oficina…tú tienes el día libre.
Y con ese hermoso e increíble argumento me convenció. Ahora sólo debía regresar a mi piso a arreglar unas cosas y por fin podría invitar a salir a Frank y decirle todo lo que pensaba de frente. Quería que él fuera el primero en saberlo, pero ahora era imposible porque mi entrometido jefe había leído mi carta en ese pequeño incidente automovilístico.
Caminé bajo los rayos del sol mientras mis pies escocían por los zapatos. Quizás el tacón no era el más alto del mundo, pero las calles no eran del todo estables por lo que ya me había torcido el tobillo en más de una ocasión. Y eso que sólo era mi regreso a casa.
En el camino me encontré con el kiosco donde estaban todas las revistas infantiles, las de chismes, algunas tenían mujeres desnudas en su portada y por fin mi vista llegó con las de moda. Compraría una revista sólo para hacerme una idea de qué era lo que el jefe esperaba de mí. No había otra intención detrás de aquello.
Comencé a hojear la revista mientras esperaba que el ascensor tintineara para indicar que había llegado a mi piso. En mi pequeña búsqueda en la moda encontré un artículo divertido sobre cómo comprar adecuadamente. Indicaba todas las reglas para hacer una buena compra.
Venían desde visitar las páginas web para corroborar que no salía más barato ir a la tienda que comprar en línea, hasta conseguir la tarjeta que ofrecieran ahí para conseguir más descuentos todavía.
Suspiré y cerré la revista en cuanto vi que faltaba sólo un piso para llegar hasta donde yo estaba.
Comencé a buscar mis llaves hasta que recordé que el traje se había quedado en mi oficina con las llaves del departamento dentro del bolsillo interno del saco. No iba a regresar ahí sólo por unas llaves, para este tipo de emergencias tenía a mi amiga dentro de casa.
—Nicole, abre la puerta—di unos golpes insistentes hasta que mi rubia amiga abrió la puerta.
—Estoy a punto de ir a mi trabajo, por favor no dejes todo botado mientras arreglas las cosas para vestirte mañana—cerró la puerta de un golpe y no me dejó explicarle la clase de día que había tenido.
Tuve que acomodar la sala para poder estar en un espacio ameno donde analizaría la revista de modas. Ni siquiera sabía por qué me sentía como un criminal escondiendo las joyas de la realeza británica. Pero sentía unas ganas inquebrantables de ocultarme en mi dormitorio para que no me vieran leyendo una revista de modas.
Cada página estaba llena de color y de fotografías de mujeres y hombres con prendas lindas y una que otra extravagante…algo al estilo Lady Gaga.
Y página tras página llena de artículos banales sobre moda, peinados y maquillaje. Ok, tal vez sí necesitaba empaparme un poco sobre la cultura de la moda, pero eso no significaba que debía comprar revistas como maniaca y esperarlas cada mes a que salieran. Eso simplemente no era lo mío.
Abrumada por tanta información nueva decidí tomar una pequeña siesta, ya en la noche llamaría a Frank para invitarlo a cenar. Seguramente él aceptaría

***

Era de noche, mi amiga aún no regresaba y yo debía invitar a Frank a cenar para poder charlar con él e ir dando ideas de lo que esperaba que pasara entre nosotros. Sería una forma sutil de decirle a alguien “pídeme que tengamos una cita formal” claro, sin que él se diera cuenta del todo.
Me arreglaría para la ocasión con un traje blanco que utilicé el día de mi graduación en la universidad, quizás el cabello lo dejaría medio rizado y el maquillaje sería…no, no debería usar maquillaje.
Cogí mi teléfono y marqué su número, quería escucharlo hablar conmigo, justo como cuando salíamos antes de que la ola de trabajo inundara la oficina.
— ¿Aló? —contestó una mujer. Probablemente era su hermana ya que ellos compartían un departamento.
—Buenas noches, ¿se encuentra Frank?
—Lo siento querida, él está tomando una ducha justo ahora ¿deseas dejar algún mensaje?
—Claro, dile que lo veré donde siempre dentro de media hora.
—Lo siento, hoy no tendrá mucho tiempo. Está conmigo.
Colgué de inmediato y dejé caer el móvil. No podía ser, no podía estar él jugando conmigo como si fuera una muñequita a la que cualquier niña dejaría botada.
Debía confirmarlo si quería actuar apropiadamente, aunque ahora lo único que se me antojaba era tomarme la botella de vodka que seguramente estaba esperando en el refrigerador.

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