Capítulo 10 "La junta"- Amor por accidente

LA JUNTA

Seguía ahí tumbada y con el brazo punzando de dolor, mi estómago rugía por comida y no podía levantarme de ahí.
Escuché unos pasos acercarse e inmediatamente fingí estar dormida, aunque mi respiración aún seguía acelerada, ninguno se percató de que estaba realmente despierta.
— ¿Estará bien mi hija? —preguntó alguien.
¿Su hija?, de qué estaba hablando.
—No lo sabemos, ciertamente sufrió una gran contusión con el choque, pero en cuanto despierte le haremos los análisis correspondientes y les diremos cómo se encuentra, está en buenas manos.
—Mi hija…mi hija—sollozaba una mujer.
Poco a poco fui abriendo los ojos y me encogí en la cama, un hombre con bata me vio y de inmediato sacó a todos los que estaba ahí.
—Serene, ¿estás bien? —preguntó aquel desconocido.
—Si…o no lo sé… ¿dónde estoy? —susurré sin fuerzas.
—En el hospital, chocaste y te trajeron aquí.
—No, yo no choqué, yo no manejo—balbuceé torpemente.
—Pues así te encontraron atrapada dentro del auto, ¿quieres ver a tus padres?
— ¿Padres? —pregunté.
—Sí, el señor y la señora Boucher—contestó con una severa mirada mientras me veía una y otra vez.
—No, no conozco a esas personas, ¿quiénes son?
—Espera un momento—abrió una puerta y se retiró.
No sé de qué me estaba hablando, hace tiempo que yo no veía a mis padres, no después de su accidente.
Mi mente empezó a evocarme imágenes sobre algunas situaciones, pero en todas yo era una niña, una chiquilla pequeña que jugaba con otros niños y me di cuenta de que no sabía qué me estaba pasando en ese momento.
—Amnesia retrógrada—dijo el hombre entrando nuevamente a mi habitación.
— ¿Qué? —grité perdiendo la cordura.
—Ese es tu padecimiento, la contusión lastimó ciertas partes de tu cabeza y pudo haberte dañado en la memoria—comentó apacible.
—No entiendo.
—Puedes recordar todo lo que te suceda de hoy en adelante, pero no recuerdas qué hacías antes de aquel accidente.
—Ajá—asentí con la cabeza.
—Por eso debemos darte rehabilitación, en un momento estarán tus padres aquí.
Apenas y podía creer lo que me decía aquella persona, que supongo era un médico. Pasó muy poco tiempo cuando dos personas entraron donde yo  me encontraba.
—Hija—lloriqueó una mujer tirándose junto a mi cama.
— ¿Quién eres? —pregunté confundida.
— ¿Hija? —preguntó el señor que estaba a su lado.
— ¿Quiénes son? —interrogué entrecerrando los ojos y forzando a mi mente para recordar todo.
Comencé a llorar de impotencia pataleando una y otra vez.
—No puedo…no puedo… no puedo—gritaba para mis adentros.
—Calma Serene—dijo la mujer.
— ¿Quién eres? ¿Qué haces aquí? ¿Por qué no te recuerdo? —dije llorando mientras trataba de no salir de mis casillas.
—Somos tus padres Lewis y Nadine Boucher—dijo el señor.
—Perdonen, pero no tengo idea de qué me hablan.
La señora no soportó más y salió corriendo de la habitación mientras se cubría la cara con las manos.
—Serene, recuérdanos por favor—rogó el señor.
—Créeme que lo intento, pero no puedo, me siento tan…tan…impotentegemí tratando de ahogar un grito de dolor.
—No te preocupes hija te juro que te recuperarás, no importa si tengo que vender la empresa, juro que lograrás recuperarte de esto—dijo con tanta esperanza que deseé poder comprender todo.
No me importaba el no recordar a ese señor, pero si ese era mi padre, creo que llegaría a quererlo como tal, se veía alguien tan tierno, me demostró que daría todo por mí, por alguien que ni siquiera lo recuerda, que lo trata como alguien ajeno a su vida.
— ¿Papá? —Pregunté en un nuevo intento de asimilar todo— ¿tienes una empresa?
—Sí.
— ¿Qué haces en tu empresa?
—“Nuestra” empresa—recalcó esas palabras—se llama “Meilleur Mode” y ahí trabajamos los dos como presidente y vicepresidenta, aunque tú te encargabas de contratos, inversiones y esas cosas.
— ¡Papá! —grité emocionada.
Ahora lo podía recordar, recuerdo la junta de inversionistas que debíamos tener, mi castigo (por desgracia), una pelea que no recuerdo por que la tuve en una casa, supongo que en mi casa.
—Eres tú—lloré mientras él me abrazaba fuertemente.
—Pequeña, lo sabes, me recuerdas—dijo con la voz partida.
—Sí, te recuerdo.
—Gracias Serene, iré por mamá para ver qué puede decirte.
—No te preocupes, yo puedo buscarla.
Me levanté torpemente y salí al pasillo para encontrarla llorando en una banca.
— ¿Mamá? —titubeé.
—Serene—se levantó de un salto y corrió hacia mí. Todos nos abrazamos, tal y como una familia normal, como supongo que antes lo hacía.
— ¡Me ha recordado! —gritó mi padre con demasiado entusiasmo que tuvieron que salir a callarlo.
—Dios, esto es tan…—no pudo seguir hablando y calló en llanto nuevamente.
—No…no llores—susurré—estoy segura de que pronto te recordaré.

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Ya había pasado cerca de una semana desde mi accidente y recordaba a mi madre, a papá, a mi casa y mi escuela.
—Estás lista para regresar a clases—musitó mi mamá a la hora del desayuno.
— ¿Estás segura? —dudó mi padre.
—Ayer el médico dijo que hoy podría intentar aunque sea por un momento ir al colegio para ir ambientándose.
—Muy bien—aceptó papá—yo la llevaré hoy.
Terminé mi desayuno entusiasmada, pues para mí éste sería como mi primer día de la universidad.
—Hemos llegado—interrumpió mi padre.
—Gracias—bajé torpemente del auto y comencé a avanzar hacia la entrada.
Corrí hacia el interior y di una vuelta con alegría, al fin en la universidad, al fin fuera de casa.
Tocaron el timbre y me dirigí hacia donde iba una multitud de chicas, golpeé accidentalmente a una de ellas en el hombro y ésta se giró para encararme.
— ¿Qué te pasa? —Preguntó molesta— ¿no te bastó con lo de la vez pasada?
— ¿De qué hablas? —Interrogué algo avergonzada— ¿Quién eres?
Soltó una carcajada ante mi pregunta y se cogió el estómago.
—No te hagas la idiota, soy Chris—se dio la vuelta y me dejó ahí, salí corriendo tras de ella para averiguar qué había pasado entre nosotras.
—Perdona—grité llamando su atención— ¿te hice algo?
—Déjame pensar—apoyó uno de sus dedos en el mentón—peleamos, me llamaste zorra, estuviste a punto de golpearme… ¿Quieres que continúe?
—No…no…perdona—musité confundida.
No podía ser así, mis padres me dijeron que yo no era conflictiva y ella me dice todo eso, no se a quien creerle, no sé quién soy realmente.
Comencé a llorar justo donde me quedé mientras una chica con la mirada fija en mí se acercó con una sonrisa.
—Ser—saludó dándome dos besos en las mejillas.
—Hola.
— ¿Cómo te fue en la reunión?—preguntó.
—No fui—musité aún confundida.
— ¿Tienes algo?
— Perdona pero ¿quién eres? —pregunté por fin.
—Pauline…tu mejor amiga—contestó tan confundida como yo— ¿no me recuerdas?, la adicta por los zapatos, la que te hace burla todo el tiempo.
Una imagen repentina de ella en motocicleta cruzó rápidamente.
—Un poco, tú tienes una moto, es todo lo que recuerdo de ti, perdóname.
—Bueno, es algo, entonces es cierto que tienes amnesia—suspiró con tristeza.
—Sí, pero poco a poco he ido recordando cosas, así que supongo que pronto llegaré a acordarme de ti—la observé, pero ella tenía la mirada perdida en otro lado, giré para localizar aquello que observaba y llegó un chico a reunirse con nosotras.
—Uff, ya llegó, yo me largo—comentó irritada.
— ¿Quién es?
—Deja que él te lo explique todo, a ver si así recapacitas—comentó antes de irse.
El muchacho me observaba con una sonrisa, como si con el simple hecho de verme le alegrara la existencia.
— ¿Quién eres? —me atreví a preguntar.
—Ferdinand Cordier.
—Bien, me debo ir a clases.
—Qué casualidad, yo también.
— ¿Estudias conmigo?
—Más que estudiar.
Decidí no decir nada más, no sé qué esperarme de él y peor aun si no lo conozco, cómo quisiera recordar todo.
—Llegamos—interrumpió el chico.
Abrió la puerta para que yo pasara y agradecí su gesto, supongo que no es tan mala persona, si hace eso no lo parece y sinceramente espero que no lo sea.
—Siéntate cerca de la ventana, ese lugar es tu favorito—susurró mientras nos dirigíamos a la esquina del salón.
Tomó un asiento al frente de mí y giró para conversar.
—Veo que los rumores son ciertos.
— ¿Tu y yo somos algo? —pregunté avergonzada, pero decidida a terminar con esto.
Sus ojos se iluminaron con mi pregunta y sus labios esbozaron una linda sonrisa.
— ¿No lo recuerdas? —preguntó un tanto divertido y no pude evitar sonreír de vuelta.
—No, por eso te pregunto—solté una risita y él se inclino acercándose a mí.
— ¿Segura de que no? —volvió a preguntar.
—No—me limité a responder.
Se acercó demasiado a mí hasta que posó sus labios sobre los míos en un beso tímido hasta que me liberé de esa hermosa sensación.
— ¿Ya lo recuerdas?
—Eres… ¿mi novio? —titubeé, no pensé que tuviera novio, mis padres jamás me dijeron nada de esto.
—Sí, soy tu novio y estoy celoso de un tal Chris, un tipo pelirrojo que coquetea contigo—dijo con mala cara.
—Entonces creo que dejaré de hablarle, si es lo que quieres—contesté mordiéndome el labio.
—Eso me gusta, te veré hoy en mi departamento ¿sí?, debo agradecerte algo que hiciste por mí.
—Pero no sé dónde vives.
—No te preocupes, yo pasaré por ti, yo si sé dónde vives.
—Muy bien ahí te espero cariño—contesté instintivamente.
—Muy bien—sonrió ampliamente.
Las clases pasaron una tras otra mientras yo trataba de recordar algo sobre las clases anteriores, pero todo era inútil, ninguno de esos profesores despertaba algo en mí.
Entró el último maestro, un señor de cabello cano, con lentes, demasiado alto y con un cuerpo casi esquelético.
Puso su portafolio sobre la mesa y se dispuso a iniciar la clase.
—Bien jóvenes, saquen el libro y respondan el bloque número siete, lo revisaré dentro de dos clases, dense prisa y no hablen—ordenó.
— ¿Quién es? —le susurré en el oído a Ferdinand.
—El profesor de psicología empresarial—musitó de vuelta.
—Gracias—le sonreí a mi novio.
—No es nada, oye por cierto sí pasamos el examen de regularización.
Mi mente comenzó a trabajar en cuanto escuché la palabra “examen”. Y pude recordarlo.
Yo reprobé y presenté el de regularización, justo un día después de mi accidente me darían los resultados, el mismo día que la junta de los inversionistas.
—Lo recuerdo—susurré para mí.
— ¿Qué? —preguntó Ferdinand.
—Ahora lo recuerdo, reprobé el examen—dije entusiasmada.
—Si—sonrió.
—Y tú…tú eres un inversionista de mi empresa, de la empresa de mi padre.
—Sí—volvió a contestar.
—Y…espera, espera, espera, creo que estoy recordando algo más—me detuve un momento y me froté la sien como si así pudiera lograr recordar algo—sí, tu… ¡Ferdinand! —espeté en el salón y todos giraron a verme.
—Señorita Boucher, si tiene algo que decirle al joven Cordier los dos se pueden retirar—musitó el maestro con amabilidad.
—Gracias—me levanté y tiré el brazo a Ferdinand para que me siguiera afuera.
Salimos a paso rápido y bajamos las escaleras para llegar hasta atrás del edificio de la facultad y ocultarnos tras los arbustos.
—Tú no eres mi novio—reclamé lo más tranquila posible—eres Ferdinand, el maldito chico engreído.
Hace un momento tú me llamabas cariño—rió.
—Trataste de aprovecharte de mí Ferdinand—reclamé con la voz esta vez más recia.
—Era sólo una broma ¿sí?, deberías ser menos amargada—mi estómago se retorció con sus palabras.
¿Yo una amargada?, ¿acaso una amargada se teñiría el pelo de anaranjado?, ¿o perdonaría a un idiota un centenar de veces todo por tratar de llevar las cosas bien con él? ¡No!, yo no soy ninguna amargada.
—Fíjate primero cómo actúas para poder juzgarme—respondí y giré sobre mis talones para retirarme a llorar tranquila en el baño. Pero una mano me detuvo en seco.
—No Serene, fíjate tú en lo que hacemos los de más a tu alrededor y después, cuando te hayas dado cuenta de todo aceptaré cualquier insulto que me digas—sonrió con satisfacción y se retiró.
Saqué mi celular y marqué el número de la empresa para charlar con mi papá.
— ¿Bueno? —contestó una de sus asistentes del otro lado de la línea.
—Buenas…tardes…me gustaría hablar con mi padre, soy Serene.
—En un momento la comunicamos.
Sonó aquella musiquita de espera que me indicaba que había alguna junta importante o que se encontraba ocupado mi padre, cuando un “clic” del otro lado sonó.
—Bueno, Serene—contestó mi padre.
—Me voy a casa papá, pero la limusina la llevó mamá y yo no puedo manejar, no estoy preparada—dije con la respiración entrecortada.
—Bien hija, enseguida no puedo, tengo una juta importante aquí que debo atender, dile al joven Cordier que venga de inmediato a la junta y de paso te vienes con él—sugirió.
—No, papá, quiero ir a casa, no me siento bien como para iniciar también a trabajar—excusé.
—Pero te necesito aquí, ¿cómo vas con lo de tu amnesia? —cambió rotundamente de tema.
—Olvidado—reí—quiero decir que recuerdo ya todo, esto me ha servido demasiado, pero no me creo capaz de manejar de nuevo.
—Muy bien hija, pero yo no puedo ir y tu mamá tampoco, dile al joven Cordier por favor, también te necesito aquí—rogó.
—Está bien, iré para allá—mascullé mientras rodaba los ojos.
—Te espero, cuídate—colgó por fin y guardé el celular en mi bolso.
Caminé alrededor de la universidad tratando de alejar mis pensamientos un rato de los estudios, a cada paso reflexionaba sobre las posibilidades de llegar a la empresa sin tener que pedirle nada.
Pero hoy era mi día de suerte, Christopher estaba en la cafetería sólo, tal vez él podría llevarme.
Me acerqué corriendo a la cafetería para ir a pedirle el favor aunque aún dudaba sobre si debería después de lo que me hizo.
—Chris—dije jadeando después de mi carrera.
— ¿Serene?, no…no esperaba verte aquí.
—Bueno, pues heme aquí—sonreí.
—Me da gusto volver a verte. Pero antes te debo una disculpa—se levantó de su asiento—fui un idiota al comportarme así contigo, simplemente no debí ni siquiera pensarlo.
—Ya Christopher, no era necesario eso, aunque aún puedes hacer algo para encomendar tu error—sonreí pícaramente.
—Lo que sea con tal de que me perdones—sonrió.
—Necesito ir a la empresa de mi padre, pero no tengo mi auto, ni mi limusina y mis padres no pueden recogerme y necesito un transporte urgentemente; y pensé que tal vez tú podrías…
—Claro, ¿A qué hora debes estar ahí? —cuestionó.
—Exactamente a la hora de la salida.
—Pues entonces de una vez vayamos al estacionamiento.
Me ofreció su brazo y yo me pesqué de él rápidamente. Caminamos platicando de cosas triviales.
— ¿Entonces era cierto lo de tu amnesia? —preguntó sorprendido.
—Sí, aunque ya no hay secuelas, recuerdo todo perfectamente—sonreí nuevamente.
—Pues las cosas aquí estuvieron feas.
— ¿A sí? —traté de esconder mi curiosidad sobre el tema, pero él de inmediato lo notó.
—Chris y Eve no dejaban de hablar pestes de ti Ser, aunque Ferdinand…—paró de hablar y dio un largo suspiro—él estuvo todo el tiempo pendiente de tu salud, le contó a Pauline que estuvo yendo al hospital a verte, pero no dejaban pasar mas que a tus padres y que él se quedaba sólo en la recepción esperando a que salieras de aquel lugar. Hasta que pasó casi una semana y tú aún no despertabas. Pero no se dio por vencido, de hecho estuvo molestando a cada persona preguntando por ti, pero jamás me dijo nada, todo esto me lo contó tu amiga—se encogió de hombros como si eso no valiera nada.
—Yo no…no lo sabía—bajé la cabeza y comencé a caminar un poco encorvada mientras mi estómago se desmoronaba poco a poco dejándome un gran vacío, como si mis emociones se hubiesen esfumado.
— ¿Estás bien? —preguntó Chris un poco preocupado.
—Sí, no me pasa nada—musité.
—Bueno, pronto llegaremos al estacionamiento.
—Espera, debo hacer una llamada—saqué mi móvil y busqué entre mis contactos a Ferdinand.
— ¿Bueno? —contestó después de cuatro llamadas.
—Hola Ferdinand, mi padre te espera enseguida en la empresa, tenemos junta—advertí.
—Muy bien, iré para allá…—guardó un enorme silencio— ¿quieres que pase por ti?
—Amm…—esperé aproximadamente un minuto sin dar respuesta—no, no es necesario, tomaré un taxi.
—Como quieras, allá te veo—colgó.
Regresé a mi lugar junto a Chris mientras íbamos al estacionamiento. Llegamos y caminamos entre los espacios que dejaban entre cada coche para llegar al auto de Chris, cuando de pronto alguien chocó conmigo logrando que cayera al suelo.
—Fíjate por dónde andas—repelé mientras me ponía de pié—Ferdinand—susurré asustada.
— ¿Qué haces aquí? ¿No que ibas por un taxi?
— ¡Ser, date prisa! —gritó Chris llamando la atención de Ferdinand.
—Ya veo, perdona por interrumpir—dijo molesto.
—No, no es lo que piensas.
—No, no creo que lo sea—contestó amargamente.
—Por favor déjame explicarlo—rogué.
—No Serene, no me debes ninguna explicación, pero yo si te debo una—sacó un ramo de flores de una bolsa que llevaba.
Eran rosas rosas, olían delicioso y no pude evitar aspirar una bocanada de aire.
—Eran para ti, pero veo que no necesitas a otro pelagatos que esté tras de ti—arrojó las rosas al suelo justo entre nosotros—no esperes ver esto nunca más.
— ¿Por qué haces esto? —Pregunté iracunda—haces un hermoso detalle y al final lo arruinas, siempre es así con cada cosa, con la cena, las veces que salimos, nuestros fortuitos encuentros, siempre es lo mismo contigo—grité desenfadada.
—No Serene, te equivocas—sonrió decepcionado—tú eres la que tira todo por la borda, siempre quiero hacer algo por ti y tú no te tomas la molestia en reconocerlo, en apreciar nada, me mentiste, ¿y ahora me hechas la culpa?, estás muy equivocada si crees que todo este tiempo fuiste tú la que me perdonó.
—No Ferdinand—fue lo único que alcancé a decir mientras mis emociones huían de mí dejándome vulnerable ante él.
—Olvídalo Serene, hasta aquí llegó mi paciencia.
—Ferdinand—murmuré una vez más.
—Te dejo Serene, que disfrutes de tu compañía—abandonó el estacionamiento y al pasar junto a Chris chocó su hombro contra él.
—Serene…—se acercó Christopher.
—Solo llévame a la empresa por favor—respondí tajante.
Sin ningún comentario más subimos al auto y nos pusimos en marcha rumbo a la empresa.
Me senté en la parte trasera y con cada tope o cambio de velocidad mi cuerpo temblaba, aún le tenía miedo a los autos, aún no lo podía superar.
Llegamos muy rápido y descendí sin voltear a ver a Christopher, sólo escuché un leve “adiós, cuídate” proveniente de él, pero no tuve el valor de responder.
Entré rápidamente sin dirigirle el saludo ni la vista a nadie, tal y como si el resto del mundo fuera invisible para mí.
Entré abruptamente a la sala de juntas donde ya todos estaban esperando, pero mi mirada fue hacia alguien en particular. Vi el asiento vacío junto a él pero preferí parame junto a la pizarra electrónica donde se mostraban los nuevos diseños.
—Qué bueno que se haya podido reunir con nosotros señorita Boucher—inició mi padre.
—Sí—respondí cortante, todos me observaron mientras clavaba mi mirada en un punto invisible en la pared de enfrente.
—Bien, comencemos con el primer punto, los he llamado aquí debido a que son los mayores inversionistas y necesitamos que decidan qué temática utilizaremos para nuestra temporada otoño invierno—dio inicio la junta.
— ¿Qué les parece el animal print?—sugirió un hombre extraño—hace años que impuso moda, podríamos intentarlo con un look retro.
Ferdinand levantó la mano para pedir la palabra.
—Joven Cordier—cedió la palabra mi padre.
— ¿Qué le parece la temática de el amor?—me sonrió y yo fruncí el ceño.
—Interesante tema, ¿qué sugiere para él?
—Una mescla en tonos rosa, coral, rojos, lo típico de San Valentín—y rieron todos ante su comentario, todos menos yo.
Levanté por fin la mano para dar mi propuesta.
— ¿Si señorita Boucher?, ¿tiene alguna otra propuesta? —contestó mi padre.
—Sí…ehm…me gustaría la temática de “sentimientos encontrados” —alcé una ceja pícaramente hacia Ferdinand y él torció la boca—sería como una mezcla de colores encendidos, amarillos, fucsias, rojos, anaranjados, verdes, azules…de ese estilo—terminé mi idea y mi padre me miró sorprendido mientras que Ferdinand sólo me observaba con hastío.
Ferdinand pidió nuevamente la palabra y mi padre se la cedió.
—También sería buena idea algo que diga “celos” por sí mismo, algunos tonos encendidos, pero obscuros…algo así como negros, grises, verdes fuertes…colores de penumbra—sonrió socarronamente esperando alguna reacción de mí, pero no le di el gusto.
—Todas son muy buenas ideas, ahora necesito un eslogan, sé que los encargados de mercadotecnia se deben encargar de esto, pero necesito ideas innovadoras, visiones diferentes fuera del mundo de la moda—musitó mi padre en forma de charla motivacional, había visto ya varias veces ese truco usado con el personal.
Pedí la palabra.
— ¿Qué les parece algo así como: “al igual que los sentimientos, la moda es un asunto serio”?
—O algo como “usar Meilleur Mode, algo mejor que las indirectas—intervino Ferdinand— ¿qué era eso?, ni siquiera tiene sentido su execrable eslogan.
—Pues allá ustedes decidan, me retiro de la junta, debo arreglar el papeleo—excusé para poder salirme de aquel lugar.
—También podría ser “huir de la moda no sirve de nada” —canturreó Ferdinand mientras pasaba junto a los asientos.
—O qué les parece “no le hagan caso a las estúpidas propuestas de Ferdinand Cordier” —ironicé irritada—eso sería excelente, así tendríamos mayores ventas—mascullé ente dientes.
—Serene Boucher ven aquí—llamó mi padre—deja de comportarte de esta manera tan ridícula, esto es serio—exhortó mi padre.
—Pues dígale al joven Cordier que deje de estar con sus indirectas tan infantiles—respondí y giré hacia Ferdinand—en cuanto a ti—lo señalé—si tienes algo que decirme prefiero que sea de frente.
Pasé a un lado de la mesa ignorando las miradas de los señores al mismo tiempo que avanzaba. Tomé el pomo de la puerta, lo giré y salí rumbo al estacionamiento.
Tuve que bajar corriendo las escaleras, pues los elevadores estaban sin servicio.
— ¡Serene! —gritaba alguien siguiéndome, giré un momento para ver quién era y, en efecto, Ferdinand si tenía algo que decirme. Pero no me detuve.
Continué bajando tan rápidamente que Usain Bolt se quedaría corto con mi carrera. Jamás volví a mirar hacia atrás, pero podía escuchar el crujir de los escalones provocados por sus pisadas.
— ¡Serene! —Insistió— tenemos que hablar.
—Yo no tengo nada más que decirte—solté.
—De eso es lo que te estuve hablando, siempre te portas como si tú no importaras, como si pensaras que jamás te escucharé, y eso es muy malo Serene, tu opinión me importa—pasó su mano por la cabeza—incluso más de lo que te imaginas.
—Es que eres tan…extraño, de pronto actúas como si yo fuera la mejor persona del mundo y en unos segundos me tratas como si me odiaras, es solo…que no te entiendo—acepté resignada a encararlo.
—Ya te dije que si me importas, me importa tu opinión, me importas demasiado, pero es que tú no aprecias mis malditos detalles.
—Yo no llamaría detalle el sacarme de tu casa—sonreí con amargura.
—Pero yo sí al beso que nos dimos antes de eso—mi corazón se hinchó de alegría al saber que él había hecho eso en serio, que en ese momento ya no estaba actuando.
— ¿En verdad fue un detalle? —me mordí el labio con nerviosismo.
—Sí, para mí esos son detalles—admitió recargando su frente contra la mía—y estoy a punto de demostrarte otro detalle—sonrió y posó sus labios en los míos.
Me abracé a su cuello y el tomó mi cintura con sus fuertes brazos, nos besábamos desesperadamente sobre las escaleras sin importarnos que alguien pudiera vernos, ahora sólo existíamos nosotros dos.

Sus labios suaves y delicados se movían sobre los míos con una delicadeza adorable, haciéndome sentir cada parte de ellos, sentir esa frescura que tenían, saborear el agradable perfume mentolado de su boca. Y en mi mente sólo estaba él, cada momento en el que lo encontré así, por accidente.

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